La actualidad de Orwell
Por:
Noé Vázquez
El lejano 1984 fue el año en que por fin
llegó la fecha de la distopía más famosa la literatura, la novela del escritor
inglés George Orwell 1984. Para aquel
entonces (y ahora) los estados totalitarios predichos por Orwell ya existían.
Por aquel tiempo, los analistas, politólogos, comentaristas en medios de
comunicación o simples interesados en fenómenos sociales e históricos se
preguntaban hasta qué punto el mundo en el que nos había tocado vivir en aquel
tiempo se parecía al que Orwell había predicho. Evidentemente el mundo era
distinto, éramos conscientes de que la ficción de Orwell podía casar muy bien
con la realidad soviética que para aquel momento ya había relajado su tendencia
a vigilar a sus ciudadanos o a fungir como un Súper Estado capaz de satisfacer
todas las demandas de la población; la Unión Soviética entraba en un conflicto
interno, no estábamos bien enterados del todo, pero surgía un período de
recapitulación, de cuestionamientos hacia su estilo de vida, los guardianes de
ese Orden, felizmente perdían el honor; Ronald Reagan, frente a la Puerta de
Brandenburgo le decía a Gorvachov : “¡Tire ese muro!”. Faltaba un poco para generar esa masa crítica que haría
que se derrumbara la Columna de Hierro pero al mismo tiempo surgían otros
poderes que amenazaban la individualidad, un país surgía como una potencia no
imperialista, sino hegemónica, sentíamos que la novela de Orwell se volvía más
actual que nunca. Los números coincidían y hasta la fecha, la imagen de muchos,
desde los más moderados hasta el grupo de sospechosistas más extremos
consideran nuestra sociedad posee características denominadas “orwellianas”.
Fue ese año cuando a algún anuario de la sociedad y del mundo fue llamado 1984 vs 1984 tal vez queriendo explotar el contraste entre
el año real y año proyectado en la ficción. Surgía también una versión fílmica
de la novela y el cineasta Terry Gilliam, conocido por sus Monthy Phyton dirigía la cinta Brazil,
un poco explotando su vena satírica y otro poco siguiendo los pasos de Orwell
ambientando su argumento en una atmósfera absurda, con rasgos sacados de la
obra de Kafka. También, aprovechando la confluencia del año con la obra
aparecía en la BBC el documental Memoria
y evocación de George Orwell, que recogía testimonios de las personas
cercanas al autor. Orwell era actual entonces, y lo sigue siendo ahora.
En Estados Unidos, siguiendo la influencia de
la novela en la sociedad algunas campañas publicitarias aprovechaban la
coyuntura, pensemos en la llevada a cabo
por los publicistas de Apple Computer quienes decidieron tomarla contra un
rival un poco real y un poco ficticio, el coloso corporativo IBM, a quien
representaban como aquel gigante voraz, omnipresente y dictatorial, como una
maquinaria cuasi estatal capaz de dominar los gustos e imponer las tendencias a
todos; en esa legendaria campaña publicitaria hay un spot donde se presenta a un grupo de obreros grises y cabizbajos,
desprovistos de voluntad, quizá rememorando la cinta Metrópolis, todos ellos observando embelesados la figura omnisciente
del Gran Hermano; vemos luego a una joven atleta que luego de una carrera
intensa llega para lanzar un martillo hacía una gigantesca telepantalla donde
aparece la figura del dictador para hacerla
estallar en mil pedazos. El spot,
tan controversial en su momento, había dado en el clavo: nos invitaba a ser
distintos y a pensar por nosotros mismos, a recobrar la individualidad, a
emprender algo nuevo. Pero nos preguntábamos si el mundo orwelliano nos había alcanzado
sin que nos diéramos cuenta de lo que estaba pasando; después de todo, muchas
voces nos advertían del poder de las hegemonías geopolíticas que terminaban
imponiendo su voluntad en ciertas sociedades y al mismo tiempo, espiando a sus
ciudadanos, en suma, comportándose como un Súper Estado; y fue el presidente
estadounidense Einsenhower quien en la
década de los cincuentas advertía a sus ciudadanos sobre el peligro de entregar
el poder al duopolio militar corporativo que se había convertido en una especie
de Senado Virtual, quien junto con el
lobbying manejaban la política de los estados sin que el ciudadano estadounidense
común y corriente o sus representantes tuvieran algún tipo de influencia.
Cuando recuerdo la Guerra Fría la imagino como un episodio de la obra 1984 en donde la propaganda estatal
convence a sus ciudadanos sobre la necesidad de temer las amenazas de un
enemigo, rasgo necesario en ciertas sociedades para mantener la cohesión y reforzar la
identidad. Luego de la Guerra Fría, el enemigo parecía seguir existiendo de
alguna manera, solo había de cambiar el enfoque, podían ser los cárteles de
narcotraficantes, los grupos terroristas, los yihaidistas islámicos que buscan
la instauración de un nuevo califato. El año 1984 había obsesionado a muchos
estadounidenses, la distopía de Orwell causaba mucha inquietud y hasta la
fecha, eventos como las revelaciones de Edward Snowden filtradas por Wiki Leaks
nos permiten darnos cuenta de que la
preocupación por una realidad orwelliana está más vigente que nunca, no en
balde, luego de estos sucesos que involucraban a la Agencia de Seguridad
Nacional volvió a repuntar la venta de
la novela, dada la curiosidad que despertaba la sola mención del Gran Hermano.
Es definitivo que hay algo de orwelliano en
la mayoría de los estados aparentemente democráticos, como es el caso de
Estados Unidos pero es un hecho que los países más poderosos y
autoritarios del orbe como es el caso de China, Irán o Corea del
Norte son modelos de Súper Estados con una estructura política sumamente
jerárquica quienes además de ejercer una violencia legal o institucional contra
sus ciudadanos, también son muy propensos a moldear la percepción que estos
tienen de la realidad. Todos los Súper Estados engendran espejismos y mitos que
fomentan una impresión engañosa del entorno. Es decir, se fomentan mitos como la idea de nación, el sentimiento
de pertenencia social, o las características que definen su propia identidad como
la tradición, la Historia, los usos y costumbres lo cual también puede convertirse un instrumento de alienación y dominio.
Situándonos en la ex Unión Soviética no nos
es ajeno el brutalismo arquitectónico mostrado en sus ciudades pero estos
gigantescos bloques de concreto que tenían el propósito de intimidar
fueron replicados en algunas
construcciones de Corea del Norte, lo que nos remite también a una atmósfera
orwelliana porque las distopías, además de ser grises y asfixiantes, también
son sumamente feas y depresivas, llenas de elefantes blancos que parecen ser
testigos mudos e insensibles de la injusticia. Todo estado totalitario como el
descrito en la novela de Orwell es sumamente burocrático y hermético. La
opacidad de todos sus actos de gobierno le impide al ciudadano común darse
cuenta de lo que está sucediendo. Pensemos en esas autopistas silenciosas y
casi vacías de automóviles de ese país
oriental, nos encontramos con un mundo soñado por una inteligencia perversa que
ha convertido al individuo en un instrumento de labor, de organización y de
construcción bruta, en un Estado que es puro concreto y granito, y un orden
social hecho de factorías de hierro y acero preparándose para una guerra futura
y necesaria, siempre en estado de alerta e incapaz de proveer la felicidad a
sus gobernados. Hemos visto en dicho país esos sótanos inmensos del tren
subterráneo o los refugios antiaéreos que quizá nunca sean utilizados; o bien el urbanismo un tanto bizarro de sus
ciudades, lo que le da un efecto fantasmagórico, casi salido de una cinta de
terror mezclada con ciencia ficción.
Alguien diría que toda distopía es una “pesadilla con aire
acondicionado” y todo en nombre de la percepción eterna de un estado amenazado
en donde el enemigo nunca descansa y hay que prepararse para una conflagración
posible que nunca llega porque estamos en ese límite donde casi entramos en el
mundo orwelliano en el que existe un esquema de doble pensar donde es posible
mantener dos opiniones divergentes al mismo tiempo: “la guerra es la paz”, “la
paz es la guerra” y “la ignorancia es la fuerza”.
Pero la ficción orwelliana es más perfecta
que cualquier estado totalitario conocido ya que sabe convencer a sus
ciudadanos de que no hay margen de respuesta o cuestionamiento, por lo tanto,
no parece a simple vista un Estado represor contra el que haya que rebelarse.
Los ciudadanos viven en la ignorancia y la obediencia, se ven algunos atisbos
de rebelión pero son aplastados rápida y brutalmente, luego, su presencia se
borra de la Historia. También en los
países capitalistas se presenta constantemente esa noción de beligerancia
perpetua en donde la opinión pública se permea por los comunicadores oficiales.
Los estados crean una percepción artificial de felicidad pero también de retos
y de posibles amenazas en nombre de una mayor productividad y una noción de
patriotismo muy básica y poco participativa. La percepción creada por la
ficciones públicas de los estados totalitarios nos permiten creer muchas veces
que vivimos en una ilusión, los poderes de
facto, cuando deciden incidir sobre los contenidos de los medios masivos
crean una especie de halo que rodea las cosas impidiéndonos ver la realidad.
Como si se tratara de ejercicios de prestidigitación se nos escamotea la visión
correcta del entorno. Aunque, ¿realmente queremos conocer el fondo de la
realidad? Para el poder público, algunas veces es mejor no revelarlo todo,
omitir, engañar, manejar la verdad de tal manera que se vuelva inocua. Los
medios de comunicación, como bien lo ilustró José Saramago en su novela, La caverna, se transformaron en la
famosa cámara oscura descrita por Platón.
En Estados Unidos, cuando sucedieron los
eventos del once de septiembre, nació un enemigo un tanto real, por los datos
duros que confirmaban su presencia y un tanto virtual, por el halo de
satanización que lo envolvía: el terrorismo internacional representado por
grupos fundamentalistas islámicos como Al-Qaeda (de hecho, hay una razón para
que el diccionario de mi versión de Word reconozca el término: la presencia “oficial”
del enemigo en el lenguaje). Cómo en el mundo orwelliano, el enemigo es
necesario y se usa convenientemente para asustar a la población. Había que
prepararse contra ese enemigo y en Estados Unidos, los formadores de la opinión
pública no tardaron en crear slogans
propagandísticos y términos un tanto tendenciosos en ocasión de una guerra
futura que más tarde se dio: “Coalición de los valientes”, “Eje del mal”,
“Operación Libertad duradera”; se explotó el miedo y la paranoia de la
población a niveles solamente vistos en la última gran guerra. Pero no sólo se modificó el uso del lenguaje,
justo como en la novela de Orwell se pretendió de golpe y porrazo censurar
muchas noticias que no dieron la nota en el sentido que el gobierno lo deseaba,
muchas canciones fueron prohibidas en la radio ya que sin querer, se aludía a
los eventos del once de septiembre, la supuesta libertad de expresión de la que
presumen dio lugar al puritanismo verbal y a la censura informativa. En el
mundo orwelliano su puede borrar el pasado o modificarlo, algo parecido sucedía
con el World Trade Center, de repente, había desaparecido de películas o
filmaciones, sencillamente ya no querían mostrar ese par de edificios. Algo
había pasado con la Historia.
1984 nos remite a la tentación de los gobiernos de modificar la idea del pasado. Es lo que sucede cuando el personaje principal de la novela, Winston Smith tiene recuerdos vagos de los juicios de Jones, Aaronson y Rutherford (que de momento nos remite a los procesos de Moscú); sabe que algo sucedió pero no está muy seguro qué, como funcionario del Ministerio de Verdad (el mismo nombre cancela toda posibilidad de cuestionamiento) se da cuenta de que estos personajes prácticamente fueron borrados de los registros, y oficialmente nunca existieron, existe un halo de vaguedad y misterio siempre. Cuando Orwell se en encontraba de voluntario en la Guerra Civil Española descubrió el nivel en el que los periódicos apegados a cierta línea editorial podían escamotear la visión de la realidad en beneficio de una ficción que creaba un entorno favorable para quienes dictaban las noticias. No es que nos afecte la realidad, sino el “filtro” de esa realidad a través de los medios de comunicación. Es imposible que un ciudadano conozca de primera mano la realidad del mundo o del país porque su visión está sujeta al medio y a los creadores de contenidos. Toda información puede ser manipulada, toda cifra, maquillada. Una idea que nos remite a esa conjetura de Berkeley que afirma que el mundo fue destruido hace unos segundos y que nosotros vivimos una especie de “sueño” en el que incluso nuestros recuerdos son infundados, conjetura explotada muy bien por escritores de ciencia-ficción como William Gibson.
Orwell situaba su distopía en 1984 pero la
fecha es arbitraria, podía ser 2084 o 2184, podía ser 1948 solo invirtiendo la
numeración, no importa, lo fundamental era señalar los peligros de los Estados
cuando se convertían gigantes macrocéfalos capaces de engullir a sus ciudadanos
restándoles personalidad, todo en nombre de cierta seguridad social y
económica.
La trayectoria de Eric Arthur Blair, más
tarde conocido como George Orwell, siempre estuvo marcada por la incomprensión,
el rechazo, la enfermedad y las carencias constantes. Orwell fue estudiante del
colegio de Eton en donde tuvo como profesor a Aldous Huxley por un año. Nunca
sospechó Huxley que ese alumno suyo engendraría una distopía similar a la suya
ya vertida en Brave New World, obra
en la que Orwell se inspira para crear muchas característica de su novela. La
condición humilde Orwell el provocó muchas burlas de parte de sus compañeros, o
al menos eso es lo que se dice, lo cierto es que se tienen buenos recuerdo de
él, queda en la memoria de los que lo conocieron su tendencia a la libertad y a
la crítica, su cuestionamiento hacia toda forma de autoritarismo y su
parcialidad hacia los que él consideraba como desposeídos. Orwell nunca fue un
buen estudiante, a pesar de haber ganado una beca, se dice que se “durmió en
sus laureles”. Orwell fue muy rebelde
desde su época de estudiante y es consciente desde un principio de la lucha de
clases, por eso no debe extrañarnos que después simpatice con diversas formas
de colectivismo o manifieste su apoyo a grupos obreros y sindicalistas; hay que
notar que también desarrolló cierto odio hacia muchas formas de totalitarismo
así como un marcado antagonismo hacia el Imperio Británico al cual nunca cesó
de atacar. Ya que Orwell no pudo dedicarse enteramente a las letras tomó la
decisión de entrar en la Policía Imperial en Birmania, es obvio que no regresó
a su país hablando sobre reinos maravillosos en donde el ambiente prácticamente
“olía a especias”, más bien, tuvo un encontronazo con esa visión etnocentrista
de los británicos cuando entran en contacto con otras culturas en donde muchas
veces imponen sus valores y consideran a otros pueblos como de naturaleza
inferior. En 1927 renuncia y busca la manera de dedicarse a la literatura, una
de sus primeras obras es Días de Birmania,
texto en el que narraba sus experiencias en dicho país y en donde revelaba
sus tendencias socialistas y antiimperialistas. Más tarde lucharía por abrirse
paso como escritor mientras hacía diversos oficios, viviendo casi una vida de
lumpen proletariado combinándolo con un periodo de peregrinaje y vagabundeo,
experiencias que serían vertidas en su libro En la miseria en París y Londres. Luego vinieron La hija del clérigo y la autobiográfica Enarbolemos la aspidistra. Como a Orwell
le gustaba vivir de acuerdo a sus creencias se enlista para participar en la
Guerra Civil Española de lado de los trotskistas. De ahí se desprende Homenaje a Cataluña, para muchos,
considerado su mejor libro. La obra de la que se habla aquí fue escrita al
final de su vida mientras combatía contra la tuberculosis, ésta se considera su
testamento político y literario y también su novela más importante.
La novela de Orwell resume a través de un
juego de contraposiciones y antagonismos la pugna entre individualidad y
colectividad, la pelea entre privacidad y vigilancia, entre el sacrificio por
un bien mayor, que es la figura del Gran Hermano y nuestros intereses
personales y privados. Orwell logra crear una atmósfera regida por la opresión
en el sentido social y sexual. Pero es una forma de opresión tan sutil que los
ciudadanos viven con la idea de que sus
opiniones son propias y sus decisiones son tomadas bajo su libre albedrío; es
la simulación de una libertad de la cual
no tenemos una conciencia muy clara. Algunos países de naturaleza presuntamente
democrática viven con la imagen de que la libertad es posible, lo es en el
sentido de poder acotar esta libertad manteniendo a los ciudadanos fuera de los
asuntos del Estado y permitiéndoles vivir de acuerdo con su propia fantasía, un
modelo en el que la privacidad y la individualidad les permita la realización
personal, pero ¿hasta qué punto la población vive engañada por sus gobiernos
quienes muchas veces les impiden tener acceso al poder? Después de todo, la
traducción al castellano de una de las obras que influenció a Orwell, Brave New World es Un mundo feliz.
En una realidad orwelliana los estados, valiéndose
un modelo de colectividad crean una especie de “mundo ideal” en el que las
leyes parecen a un tiempo existir y a un tiempo no existir, esa es
la naturaleza del doble pensar que rige constantemente la novela de Orwell, la
sensación de que algo puede, tanto estar bien como estar mal de tal manera que
al ciudadano no le es posible estar seguro de nada fuera de lo que las
autoridades del Partido desean. Esto nos remite siempre a la obra de Kafka, El proceso en donde un Josef K. está
siendo procesado y juzgado por una serie de faltas de las que el mismo no está
seguro que se cometieron, tampoco sabrá cuál es el rostro del juez que lo
condena y nunca verá la cara de su verdugo. La lectura fría, desapasionada y
ambigua en cosmos orwelliano le permite al Partido la creación de slogans cuya polisemia le permitirá
adaptarlas como mejor acomoden de acuerdo con las circunstancias. El mundo
descrito por Orwell es un engaño bien orquestado, pero ese engaño es reforzado
por la idea de lo intangible, de lo vago y lo impreciso, así, para el personaje
principal de la novela no hay esa certidumbre que le permite percatarse en qué
se está equivocando. De ahí al territorio kafkiano solo hay un paso. Pensándolo
bien, un escritor como Kafka pudo intuir ese tipo de entornos asfixiantes que
se encuentran en estas distopías, las proyectadas y las reales. La ficción
orwelliana es más perfecta que cualquier estado totalitario conocido ya que
sabe convencer a sus ciudadanos y no les da margen de respuesta o
cuestionamiento, por lo tanto, no parece a simple vista un Estado represor.
La idea de una mundo regido por la ficción de
los estados y de ciertos poderes capaces de manipular la percepción de la
realidad la han explorado muchos escritores, uno de los más conocidos es
Phillip K. Dick, quien hace que muchos de sus personajes desconfíen incluso de
las cosas que ven y escuchan; sospechar de la realidad que nos toca vivir es
una señal de salud en un mundo de engaños y manipulación de parte de los
poderes públicos y es una señal de enfermedad mental cuando esta suspicacia se
sale de control y engendra pensamiento paranoicos. Cuando los griegos de la
antigüedad hablaban de ese símil de la camera
oscura o caverna, declaraban esa profunda dicotomía entre la percepción de
una realidad bastardeada e impura de la gente llana cuando ésta se confrontaba
con el “mundo de las ideas” al que sólo lograban acceder el filósofos. En una
realidad orwelliana, el ciudadano promedio solo conoce las percepciones
sensoriales correctas, no necesita saber nada más. Cuestionar la realidad en
vista de acceder al “mundo de las ideas” es mal visto, es una conducta que se
desalienta constantemente y es considerada problemática por muchos gobiernos y
corporaciones. Lo ideal es no preguntar para no entrar en problemas, es la
regla de oro. Otro escritor que se ha
inspirado en un mundo orwelliano es Hariku Murakami quien crea un personaje
femenino Tengo, una joven que súbitamente se da cuenta de que su realidad ha sido
modificada de alguna manera al percatarse de que ciertos detalles del mundo no
coinciden con los recuerdos que tiene, intuye que la realidad que percibe ha
sido intervenida, sospecha que algo no concuerda con el orden lógico al que
está acostumbrada, parece que nadie se da cuenta, salvo ella. Por tal motivo, al no estar segura su propia
realidad decide llamar a este mundo 1Q84 pero, lo que en Orwell es una manera
de crear una fábula política, en Murakami es una forma de relatar una realidad
fantasmagórica en donde abundan los espíritus y los seres interdimensionales.
La tentación de incidir e influir sobre la percepción que se tiene de la
realidad es una constante en muchos gobiernos. Recordemos que en la política
las percepciones a veces son tan importantes como los hechos.
Otro medio de inhibir el pensamiento crítico
en un mundo orwelliano es despojarnos de la riqueza del lenguaje. En el mundo
creado por Orwell, se ha inventado un sustituto del lenguaje que conocemos, una
variante menguada y codificada de la lengua inglesa, él le llama “neolengua” y
su propósito era, por un lado, promover los hábitos, los rituales y el estilo
del vida del Partido dominante y por el otro, hacer que otra forma de
pensamiento considerada herética para la ideología del Partido fuera bloqueada
e hiciera imposible el curso de ese pensamiento. Una lengua también es un
instrumento de control y dominación. Consideremos las tasas de analfabetismo
funcional de algunos sectores de la población a quienes se les escamotea el
dominio de un vocabulario que permita engendrar pensamientos no considerados
útiles, un vocabulario que permita la abstracción y la distinción de sutilezas
intelectuales; esta limitación conviene a empleadores, patrones, o cualquier
forma de poder público o privado, hay que mantener a raya no la expresión sino
el mismo curso de pensamiento de ciertas ideas. Esto sucede en muchas partes. A
nadie le interesa un lenguaje que vaya más allá de lo práctico y por lo tanto
se desalienta su uso. Una manera de volver inocuo el lenguaje es despojando del
significado a las palabras, volviéndolas
un mero significante hueco, sin sustancia, incapaz de ser utilizado para llegar
a otros conceptos que podrían ser considerados peligroso para el Partido y por
lo tanto para el orden social. El ejemplo en la neolengua que menciona Orwell
es relativo a la palabra “libre”. Sólo podía ser utilizado en el sentido de
“este prado está libre de hierbas”, por poner un ejemplo, pero el significado
relativo a la libertad de pensamiento o libertad intelectual había sido
suprimido. Ya que las palabras son ideas, reducir el vocabulario es reducir el
área de pensamiento. Acotar el lenguaje escrito es acotar la realidad que
nombra, cuando una realidad no tiene una contraparte verbal a través de la
literatura o de la historiografía, esta misma realidad se disuelve primero en
un recuerdo impreciso, luego en una ilusión,
y más tarde en un olvido que ya no es preciso nombrar. Para algunos
gobiernos la única historia necesaria es aquella vertida en el mito fundacional
que no acepta ninguna forma revisionismo. Al usar el acrónimo, el eufemismo y
la lógica del doble pensar se puede desarticular el efecto viral y contaminante
de las ideas.
¿Quién se podría beneficiar de la
transformación utilitaria del lenguaje, del razonamiento y del pensamiento
crítico?
En el mundo actual se da una valoración
positiva a la ignorancia, la sencillez y la ingenuidad, esto también sucedía en
la novela de Orwell pero hay que reconocer que se trata de una característica
de los Súper Estados. Si concebimos la crítica como una valoración de ciertos
fenómenos políticos, culturales y sociales que nos rodean ésta debe ser
ejercida por personas con vinculación universitaria y centros de estudio. Su
opinión es especializada y autorizada, quienes forman la opinión pública surgen
de un grupo pequeño que nace dentro de un espacio casi hermético y que muchas
veces maneja un lenguaje esotérico, oscurantista, tal y como sucedía en la
Antigüedad con los sacerdotes del templo, y hablo de las universidades en donde
la jerga de las distintas carreras y disciplinas está tan especializada que
muchas veces esto impide la investigación interdisciplinaria y la divulgación
de sus hallazgos entre sectores amplios de la población.
En
el mundo contemporáneo y particularmente en países con bajas tasas de educación
como en los países latinoamericanos, reclutadores de empleados, políticos, y comunicadores viven en un sistema
que desalienta el uso imaginativo y creativo del lenguaje. No es de extrañar
que la población llana no tenga una idea muy clara de lo que sucede a su
alrededor y vivan ensimismados en los rituales propuestos por una parte, por
tecnologías que muchas veces trastocan la manera como confrontamos una realidad
de por sí bastante compleja, y por la
otra, por los medios masivos de comunicación que están condenados a repetir por
siempre sus mismos clichés lingüísticos caracterizados por la falta de imaginación
y propuestas; también por la ausencia de temáticas de interés, así como de un
infantilismo condescendiente repleto de “mitologías pusilánimes” como alguna
vez lo describió el escritor mexicano Gabriel Zaid. No quiero decir que vivimos
en un mundo orwelliano pero sí destacar que mucho de lo predicho por Orwell se
da en algunos casos: rutina, repetición de rituales sociales con un ocasional
llamamiento cívico a beneficio de los poderes públicos, imagen distorsionada de
la realidad, omisión y ocultamiento de verdades importantes, poco o nulo
espacio para la crítica, vigilancia estatal constante y fomento del miedo como
motivador y catalizador de las fuerzas sociales.
Las
grandes novelas son metáforas, hay que entenderlas como tal, son importantes en
la medida que nos otorgan una forma de entender la realidad, de sintetizarla en
una serie de símbolos. La novela de Orwell era una crítica vedada a la Unión
Soviética y también era una declaración de principios, era una profecía en el
sentido de que anticipaba la Guerra Fría y la organización de la geopolítica
por bloques de países hegemónicos y era una obra de ciencia ficción al predecir
los rituales de comunicación y alienación de vastos sectores de la población.
Lo que a Orwell le preocupaba era la imposición de un Súper Estado en la misma
Gran Bretaña. La obra condensa esa necesidad personal del autor de ser rebelde,
como siempre lo fue desde su época de estudiante; y también de una necesidad,
si se quiere ética, de cuestionar la realidad sin importar el tamaño, el orden
o la naturaleza de la realidad en la que vivimos y sin importar tampoco,
nuestra presunta insignificancia. 1984
es un símbolo muy preciso del deber personal e individual de conocer el mundo
en el que vivimos para poder incidir sobre él. La lucha de Winston Smith y
Julia contra el Super Estado es desigual pero ellos creen en un triunfo
posible, al final, Winston Smith pierde esa lucha porque ha aprendido a amar la
figura omnipresente del dictador (quizá una persona real, quizá un símbolo
creado por el Partido) y sabe ahora que está condenado a muerte, pero de alguna
manera se nos da a entender que todavía hay esperanza y que se ha dado el
primer paso.
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Etiquetas: George Orwell