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El Blog de Noé Vázquez

jueves, 24 de febrero de 2011

Bolaño y los detectives




No sé si a muchos les pase pero la lectura de la novela de Roberto Bolaño Los detectives salvajes me parece que nos deja con la sensación de que es preciso entender algo, que no están resueltos todos los misterios o que no están atados todos los cabos sueltos, por eso creo que leer la última página de la obra marca el principio de otra lectura, de otra investigación. Y tal vez es necesario que así sea, después de todo el movimiento artístico y literario que inspiró la trama de la novela se quedó en una especie de limbo yo diría infrahistórico, hecho de nombres desdeñados por el aparato de la cultura oficial en México, así podemos decir que un principio teníamos al infrarrealismo: había que aproximarse a la realidad de vivíamos desde nuestro centro, nuestra psique contenida, nuestra rabia adolescente. Como movimiento literario marginal el infrarrealismo (llamado real visceralismo en la novela de Bolaño) promovía un compromiso con la cultura desde nuestra experiencia vital, sin ningún tipo de frontera entre nuestra persona y la experiencia artística que se promovía, así, por ejemplo el movimiento no reconoce fronteras entre vida y escritura. La vida se escribe en actos, los actos son palabras de una obra no publicada. Nuestras experiencias son gigantescos happenings, works in progress, performances. Los infrarrealistas van más allá: oposiciones contestatarias, amenazas contra sus antagonistas artísticos, actos de berrinche con un corte dadaísta, se declaran enemigos de Octavio Paz y afirman que van a “volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”, al movimiento lo caracteriza lo impredecible. Lo normal era presentarse en algún recital de poesía y “reventarlo”, interrumpirlo con gritos y abucheos, posiciones sarcásticas: ”ay maestro cuanta luz”; oposiciones irracionales: había que estar en contra de todos y contra todo. En la novela de Bolaño llegan al extremo de anunciar el secuestro de Octavio Paz. El infrarrealismo estaba condenado a desaparecer, sus representantes eran vistos como personas non gratas para quienes representaban la cultura canónica de aquel entonces. Como el surrealismo y el estridentismo en su momento los infrarrealistas pretendían una transformación moral de la sociedad a través de la experiencia artística; herederos de los surrealistas, de los dadaístas, de Manuel Maples Arce, de Marinetti, el infrarrealismo no logró conseguir la convocatoria que buscaba tal vez porque en sí mismo contenía sus elementos de destrucción: eran contestatarios hacia todo; más que constructivos, destructivos, lejos de ser orgánicos con los movimientos artísticos y el entorno social en el que se desenvolvían los infrarrealistas se negaban al pacto, al compromiso, a la negociación; se negaban incluso a un nombre, una representación, una fama. Pero a la postre creo que ello los salva y les da la repercusión necesaria para que el presente se ocupe de ellos; su anarquía sin cortapisas, su indefinición, su condición marginal, lo convirtió en un movimiento underground casi con características de secta secreta. Este afán de anonimato de sus protagonistas hace que volteemos la mirada hacia ellos y nos preguntemos el por qué de esa impostura aislada que ve la luz a mediados de los setentas intempestivamente y de la misma manera desaparece ayudados en cierta forma por el afán de ninguneo de la cultura oficial. Lo mismo podría decirse de los poetas de la generación beat quienes en su momento fueron ignorados por sus contemporáneos.
Pero la razón de estas líneas no es el infrarrelismo en sí mismo, quizá sólo es un pretexto. La única razón para que las búsquedas en Google, las páginas culturales, las crónicas literarias, la industria del libro y la blogósfera se ocupen de este movimiento marginal y casi inexistente es la novela de Roberto Bolaño Los detectives salvajes. La crónica de la gestación de este libro podría comenzar diciendo que había una vez en México un grupo de poetas contestatarios que se burlaban de todo el mundo cuyo aparente cinismo los llevó a la marginalidad y casi clandestinidad y luego fueron olvidados (quién se acordaba de ellos antes de la novela de Roberto Bolaño). Entre estos poetas Sturm und Drangers había un joven chileno que más tarde sería novelista y que inspirado por estos hechos creó una obra notoria al grado de ser vista como una prolongación tardía del boom de la literatura latinoamericana, de repente el autor alcanza la celebridad, su nombre empieza a ser mencionado insistentemente por la crítica, se corre el rumor entre los lectores que lo convierten en un autor de culto, se dice entonces que si la literatura latinoamericana estaba muerta o aniquilosada el libro de Bolaño era su oxígeno, su inspiración y respiración; es premio Herralde y premio Rómulo Gallegos. Los detectives salvajes nació del fracaso de las personas que lo inspiraron, surgió de su olvido, de su marginalidad, de su anonimato el cual era una premisa del movimiento. Arturo Belano y Ulises Lima los protagonistas de Los detectives… cruzan un pasillo de espejos, de reflejos que sus personalidades crean en las personas que los conocieron. El drama de la novela es del tipo wellesiano, ahí está también Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas: es imposible penetrar el misterio de forma una personalidad, la figura del Kurtz se mitifica a medida que nos acercamos a él pero tenemos la sensación de que nunca llegamos a conocerlo. Quienes creen conocer a Charles Foster Kane sólo se limitan a confrontar su testimonio con otro que pretender ser más fidedigno. Al final nadie sabe nada pero el proceso de indagar en un carácter o una serie de caracteres nos deja con una sensación de perplejidad. El final de Los detectives salvajes es una ventana abierta a lo infinito que forman las vivencias por venir de sus personajes, a lo íntimo y secreto de sus motivaciones: absurdas, irracionales, viscerales. Los testimonios que forman el relato de esta novela se limitan a señalar el misterio de unas personalidades en territorio charlie: el panorama de la vida cultural en el México de la década de los setentas, las mafias literarias, la voluntad de vivir por y para el arte mismo, las circunstancias políticas y la lucha contra el establishment. ¿Qué buscan los detectives salvajes? ¿Cuáles son sus motivaciones? Por momentos el lector desconcertado parece no saberlo y si hay una brújula en los itinerarios de Ulises Lima y Arturo Belano ésta no siempre apunta a Cecilia Tinajero, la mítica poeta perdida en el estado de Sonora. Al vivir su indefinición como una forma de vagabundeo mundial los detectives revelan esa zona de nuestra psique donde el absurdo es una necesidad. Ser un detective en México supone que la brújula no puede apuntar hacia un polo magnético, es la zona del silencio. A la búsqueda lo define lo paradójico: los detectives provocan indirectamente la muerte de la mujer que han buscado tanto tiempo. En la tradición literaria Sherlock Holmes o el padre Brown son héroes de la razón, surgen en el ámbito histórico del racionalismo y el empirismo inglés donde existe la premisa de que cada evento puede ser observable, verificable, mensurable, sujeto a la comprobación. El detective sabe que todos o la mayoría de los eventos que subyacen en el misterio pueden ser explicables. Los detectives salvajes entran en una especie de “no man’s land” que bien podría confundirse con un escenario surrealista y kafkiano (André Bretón veía en la vegetación mexicana un paisaje casi subreal). Entrar en el México mitológico y fantasmagórico que propone Bolaño ya es estar en los terrenos del Pedro Páramo rulfiano. Sucede lo mismo en 2666 donde no es posible entender y resolver los feminicidios en Santa Teresa (que bien puede ser Cd. Juárez o el Estado de México). En México no se vale hacer preguntas incómodas a riesgo de que se le responda con la vaguedad, la alusión críptica, el rumor, el mexicanismo que comprende una serie de símbolos esotéricos donde abunda el sinsentido, el doble sentido, el eufemismo; el lenguaje en México no está hecho para nombrar directamente un fenómeno o un hecho concreto sino para rodearlo, disminuirlo, ignorarlo. Este lenguaje sólo revela la tremenda impotencia ante una realidad que nos supera: un México brutal, incomprensible, sin sentido. Bolaño en Los detectives salvajes y más tarde en 2666 intuía un México apocalíptico y sin ningún tipo de coordenadas.

Una constante en la dos novelas mencionadas de Bolaño es la necesidad de anonimato: Los real visceralistas parecen boicotearse a sí mismos al momento de tener una opción constructiva: la participación en una antología que les de nombre o relevancia para con sus afines, la asistencia a un simposio o conferencia que les de notoriedad. Ulises Lima se desaparece como por arte de magia en un evento y no vuelve a saberse de él hasta mucho tiempo después, su paradero intriga a los personajes que lo conocen, intriga al lector. Esa serie de lagunas espacio-temporales forman una constante de las dos novelas. Existe siempre una sucesión de testimonios pero al no completar el esquema psicológico de las personalidades de los protagonistas se crea una sensación de discontinuidad. Los cinco libros o partes que forman 2666 también abundan en la percepción parcial de un personaje: la verdad sobre el casi mitológico Benno Von Archimboldi. Ese rasgo del movimiento infrarrealista persistió en los personajes de Bolaño quienes terminan por desaparecer de la memoria como es el caso del poeta García Madero cuyo nombre no aparece entre los miembros del real visceralismo y nunca se menciona alguna de sus obras. Es también el caso de la contraparte real de Auxilio Lacouture, Alcira Soust Scaffo, poeta sin obra, sin notoriedad, de quien se dice permaneció varios días encerrada en la torre de Humanidades en la UNAM mientras el ejército tomaba las instalaciones. Bolaño lleva a la ficción este evento y lo retrata en su novela, también haría entrar a Alcira en otra de sus obras: Amuleto. Es el éxito de Los detectives salvajes lo que provoca el interés de los investigadores de desentrañar el mito de los creadores del infrarrealismo. Así como Arturo Belano y Ulises Lima buscan a Cecilia Tinajero en el norte de México, los investigadores del fenómeno cultural del 68 y la obra de Bolaño parecen engendrar y promover una nueva mitología que sacaría a los personajes del papel para darles nueva una vida más allá del ámbito ficcional. Si la literatura puede formar un fresco donde una recopilación de testimonios formaría la trama que nos llevaría a desentrañar un misterio como si se tratara de un trabajo detectivesco, de investigación literaria o periodística, ser lector o investigador “bolañiano” también supone ser un poco detective salvaje.

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