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El Blog de Noé Vázquez

jueves, 13 de septiembre de 2012

Sombras sobre el Hudson

ISAAK BASHEVIS
En portada: Cananeos en Babilonia, al fondo, la  Torre de Babel.
 
Por: Noé Vázquez

La virgen en el pozo, la mulita, las huellas eternas sobre la arcilla, el pie fósil de la virgen hundido en al barro milenario; la virgencita llevó a abrevar la mula mientras huía hacia Egipto. “Mira el pie de la virgen María –me decía mi madre -- ¿Ves qué fino? Pero ¿qué hacía la Virgen, habitante de alguna aldea de Medio Oriente, perteneciente a una tribu allende el mar  justo ahí en mi pueblo? En alguna roca del cerro de algún lugar apartado de Oaxaca también habitaron los cananeos, los semitas. De otra manera, cómo explicar la influencia cultural de los judíos, de cuyo pueblo, entre otras cosas, surgió la imaginería cristiana como una antigua superstición (una apostasía marginal que deviene en un culto universal, engrandecido, envilecido): con sus santos, sus rituales, sus virgencitas que se teletransportan de algún lugar de Judea para llevar a su mulita a abrevar en alguna comunidad oaxaqueña.


Esta anécdota de mi infancia me hace pensar que la cultura judeo-cristiana me define incluso mejor que la cultura precolombina, me es difícil sustraerme a esa inercia cultural tan plagada de símbolos. Todo esto viene a cuento porque pienso que al trasladar ciertos códigos de una cultura a otra éstos adoptan nuevas significaciones, perduran en la imaginación de otras personas en un ejercicio de sincretismo, así por ejemplo, Judas pudo haber sido un nombre común cualquiera en otros tiempos, como llamarse Alí o Juan, pero la tradición cristiana hace que se convierta en sinónimo de traidor. En México le llamán “Judas” a los policías judiciales (-- “Abusado eh, esos son ‘judas’), es decir, casi el sinónimo de un cuerpo policiaco que ha adquirido fama no precisamente por su honradez y escrúpulos. Así, el pueblo mexicano tiene el dudoso honor de padecer de un ejercito de traidores a la ley que hacen la función de policías. Podría decirse que cada mexicano dispone de su propio Judas Iscariote en su sistema de justicia y al mexicano lo hicieron arisco y cínico a fuerza de abusos, sistemas de tortura y toda clase de cohechos a los que fue sometido, dignos de una república bananera (es decir, la nación latinoamericana que usted guste y  mande). Un refrán popular dice que “la mula no era arisca, la hicieron arista a palos” (a menos claro está que se trate de la mulita de la Virgen) y no es extraño padecer de cierto cinismo con nuestros tratos con la ley a quien vemos como la contraparte de otra mafia: la del crimen organizado, de quien no nos cuidamos menos de tal forma que terminamos por no confiar en nadie, no vaya a ser la de malas. Y qué decir de los judíos. En un malentendido  histórico se les acusa de ser responsables de la crucifixión de Cristo (aún en estos días, en aquel pueblo de Oaxaca donde crecí se nos hablaba de los judíos como culpables, ellos eran los Otros, los que son distintos a nosotros), de sacrificar niños para mezclar su sangre con el pan ázimo, de envenenar los pozos, de profanar la hostia consagrada, de llevar cuernos y hacer rituales satánicos, o de haber organizado una conspiración expresada en el Protocolo de los Sabios de Sión, la lista de injurias y malos entendidos bastaría para escribir un tratado. La conspiración y la invención de chivos expiatorios es expresada muy bien en la novela de Umberto Eco, Cementerio de Praga la cual narra en una forma ficcional la manera en la que pudo haberse tramado la idea de una conspiración judaica para dominar al mundo a través del poderío financiero y las sociedades secretas; hay que recordar también el caso Dreyfus que dividió a la sociedad francesa y “sacó del closet” el antisemitismo de un gran sector de la población. Umberto Eco parte de la literatura decimonónica para demostrarnos que la realidad también puede copiar a la literatura, particularmente, a las obras de Eugenio Sue. Y por cierto, ¿acaso la palabra judío no se parece a Judas? Bueno, eso se explica porque Judas es una variación de Judah, que era una de las doce tribus de Israel, aunque la palabra judío viene por Judea que es una región habitada por distintas tribus semíticas (entre ellas, los árabes). Hablar de los judíos nunca es fácil ya que se presta a ambigüedades, se dice que son un pueblo y al mismo tiempo no lo son; que son una religión sin serlo; que son una raza aunque no siempre sea así; que se ubican en un territorio y al mismo tiempo son cosmopolitas; que son una etnia con sus excepciones (hay judío blancos y negros). La relación de Europa con los judíos siempre ha sido compleja, es un tema que levanta ámpulas y reproches históricos, así como un gran sentimiento de culpa por el sufrimiento de este pueblo que llegó a un punto cercano al exterminio de su cultura por parte del antisemitismo racial de los nazis. Casi borrados del mapa europeo, poco a poco los judíos han ido recuperando parte de su cultura perdida por los progroms, las deportaciones y las campañas de exterminio en los Lager polacos y rusos. Parte de lo que estuvo a punto de perderse fue la lengua yidish el cual es una especie de crisol lingüístico hecho de palabras hebreas mezcladas con palabras cuyo origen está en los distintos países en donde han habitado los judíos. El yidish “narra” en su vocabulario, giros y expresiones la historia de un pueblo que emigra constantemente y se ve forzado a aprender costumbres y lenguajes locales para encontrar un medio de asimilación y al mismo tiempo una forma tenaz de conservación de su identidad cultural. El yidish tiene influencias del alemán alto y lengua hebrea-aramea, palabras eslavas y de origen romance. Hablar idish o yidish es hablar judío, que es el idioma de una diáspora constante y milenaria. Fue hasta bien entrado el siglo XIX que el yidish como lengua escrita adquirió el status de gran literatura secular y es que, para muchos judíos habitantes de Europa Central el yidish solo era una parte del universo lingüístico con el que tenían que lidiar. Por poner como ejemplo a Kafka, la ciudad de Praga, en la que le tocó vivir tenían influencia prusiana por lo que los judíos del ghetto hablaban yidish en la vida privada, al ir a sus respectivos trabajos en la metrópoli usaban el checo y al alemán y es que Praga era un encrucijada de distintas fuentes étnicas como la alemana, el judaísmo, la checa y el mundo austriaco. Kafka tiene la opción de ser un escritor en lengua alemana en el mismo nivel en el que pudo ser un escritor en checo o idish. La mayoría de las lenguas en su corpus lingüístico, su gramática, su sintaxis, su vocabulario y sus expresiones forman una especie de “epopeya de Gilgamesh” en el que su uso constante y navegaciones arduas le van aportando contenido cuando son heredadas de generación en generación, hablantes sucesivos agregan algo que, si es una hallazgo valioso, se conserva; si no lo es, entonces es desechado. Cuando el gobierno totalitario de los nazis llegó a la conclusión que era necesario eliminar toda la raza judía los trenes que salían de distintas partes de Europa hacia los Lager en Polonia donde la cultura judaica empezó a desaparecer en los hornos, ese humo que empezó a elevarse en los cielos europeos llevaba consigo esta lengua que estaba tan imbricada en la cultura judaica que, según nos narra Primo Levi en Trilogía de Auschwitz había personas que no podían entender que un judío-italiano no practicante como él no pudiera hacerse entender en este idioma. El yidish también fue una de tantas lenguas de los campos, pudo ser la lengua de la rebelión y los motines, el de la última plegaria en la que se le levantaría un proceso a su propio dios y el lenguaje privado de los prisioneros que ya no pudieron nombrar la realidad de los campos de concentración porque a veces el horror no puede describirse en ninguna lengua. Luego de la Shoah, una nueva migración se presenta para los judíos europeos: Isaak Bashevis Singer nos narra la vida los judíos en Estados Unidos a través de su novela Sombras sobre el Hudson: la tortura mental de los que sobrevivieron al Holocausto trasplantada a un nuevo mundo en donde no harán nada distinto a lo que han hecho a lo largo de los siglos. Los eventos de la guerra ponen a los personajes de Bashevis Singer a cuestionar sus propios valores morales y a confrontar a las distintas generaciones. Todo conflicto generacional parece un diálogo de sordos, un intercambio de monólogos. Por un lado estaba la generación de la guerra que no lograba superar el trauma de la misma y por otra parte, una generación nueva que mira hacia adelante y es más desprejuiciada y adaptada a la nueva nación en la que viven. Singer nos habla sobre la manera en que este pueblo pierde gradualmente sus tradiciones con la intención de poder asimilarse así como el enfrentamiento entre los judíos ortodoxos, los jasídicos y los reformistas; creyentes y no creyentes así como tantos agnósticos trasladan sus debates constantes a otros niveles. En las páginas de Bashevis Singer continúa el diálogo de los judíos con su propio dios. Sus personajes son variados, van desde los místicos, los cínicos, los aventureros, los histriónicos, los trotamundos, los que prefieron atesorar bienes económicos. En ese afán ambicioso y totalizador de novela de Bashevis Singer el abanico de personajes le dan movimiento a la trama y vamos conociendo distintos aspectos de los personajes, sus justificaciones, sus pecados, sus secretos, sus gustos, sus fobias. Tal vez I.B. Singer se parezca al resto de los escritores de ascendencia judía como Phillip Roth, Primo Levi o Saul Bellow al hablar sobre los distintos conflictos entre el pueblo judío y la gentilidad que los rodea pero también creo que la novela es un excelente medio para conocer el milagro de la existencia ajena, la novela es un antídoto contra los males de la intolerancia racial y nos previene contra el choque cultural proveniente de convivencia entre distintas culturas. Sombras sobre el Hudson apareció por entregas en Der Forvets, el diario neoyorkino en lengua yiddish. De la mano de I.B. Singer el yidish tuvo una especie de resurección en un ámbito mucho más cómodo y propicio. Esta lengua que trajo toda una tradición europea de conceptos también tuvo exponentes como Shólem Abrámovich quien redescubrió la importancia de esta lengua y en 1864 empezó a escribir cuentos que llegaron a muchas personas que hablaban esta lengua popular y muchas veces desdeñada por los gramáticos, otros escritores que también contribuyeron a la difusión de la misma fueron Shólem Aléijem autor del famoso Violinista en el tejado, I.L. Peretz, Shólem Ash.
    Un Nobel otorga cierto prestigio y éste le fue concedido a I.B. Singer, el único autor premiado en esta lengua que, según él, "es la que más palabras tiene para definir a un pobre". Libros como los de Isaac Bashevis Singer detienen el choque cultural que anticipamos cuando los términos de una lengua entran en un contexto nuevo y empieza una serie de malos entendidos como aquel donde los judíos son aquella nación culpable condenada a vagar para siempre para expiar sus pecados milenarios y ser testigos de la llegada de un Mesías que ellos mismos no logran reconocer. Cuando esto suceda tal vez dejemos de asociar a nuestra policía judicial con un Judas o un grupo de traidores y asesinos.

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