«Los dueños de internet». Un libro de Natalia Zuazo
Mientras escribo estas líneas, Jeff Bezos, CEO de Amazon y Richard Branson, de Virgin Galactic ya realizaron sus vuelos orbitales y suborbitales mientras que Elon Musk de Space X ya prepara más misiones para Space X. Dos de ellos son capitanes de un nuevo de tipo de industria: la industria de la información y de los datos, el negocio este tipo de saqueo y la incidencia sobre las decisiones de la gente. El auge de Internet a partir de la década de los noventa del siglo pasado permitió una nueva fórmula de economía en donde la mercancía serían los datos personales. Un ejemplo de apropiación de datos viene de Elon Musk, quien, a partir de un mecanismo de inteligencia artificial que recopilará datos de los usuarios y los almacenará en una computadora monstruosa de nombre Dojo, como las escuelas de karate en Japón, podrá perfeccionar la conducción autónoma, con todo el valor en el mercado que ello supone. Dojo es una supercomputadora construida especialmente para crear y entrenar modelos de autoconducción en entornos virtuales 3D creando sistemas de predicciones a partir de redes neuronales y machine learning. Para esto, desarrollaron un chip llamado D1 y construyeron el sistema desde cero. Dojo recibirá informes sobre las interacciones de cada usuario de Tesla, esto irá engrosando su capacidad de procesamiento y la cantidad de modelos de predicción creados. Esta inteligencia artificial para la autoconducción de automóviles hará que, en el futuro, la conducción humana sea declarada ilegal por su peligrosidad. Al mismo tiempo, con su compañía Space X pretende poco a poco formar una constelación de 30 mil satélites de baja altura para establecer una red de transmisión de internet de alta velocidad que nos conectará a todos en todas partes del orbe sin necesidad de redes wifi o compañías telefónicas de por medio con todo y los posibles peligros que trae aparejado tener tantos satélites, las posibles colisiones y la basura espacial que habrá de generarse.
Mientras tanto, Amazon
ha conformado un emporio gigantesco que recopila datos de sus clientes para conocer
sus deseos y anticiparse a sus aspiraciones y necesidades. Jeff Bezos también
ha incursionado en la carrera espacial con su empresa Blue Origin, que busca obtener
contratos con la NASA para futuras misiones espaciales y ser pionero en el
incipiente negocio del turismo espacial. Los nuevos paradigmas de la carrera
espacial a manos privadas son el producto de la economía de la información y
los macrodatos en donde el ente individual ya no tiene necesidad de rebelarse
de la explotación, ya que, de acuerdo a Yuval Noah Harari en su libro 21
lecciones para el siglo XXI (2018), el ser humano ha pasado de ser un ente
instrumentalizado y explotado para luego convertirse en una forma de mercancía
pasiva, para después, ser condenado a la irrelevancia. Hay algo peor que ser percibido
como enemigo de las grandes empresas transnacionales y los gobiernos, y esto
es, la invisibilidad. Una vez que las cinco grandes compañías informáticas han
extraído tus datos, ya no serás necesario. Los avances en la inteligencia
artificial y el triunfo de la robótica harán que el trabajo humano físico desaparezca.
Luego de que Elon Musk presentó su proyecto Tesla Bot en 2021 para competir
contra Boston Dynamics, anunció la necesidad de que cada individuo en la tierra
tenga una pensión vitalicia para solventar sus necesidades ya que el trabajo lo
harán los robots y la labor del ser humano en este nuevo modelo económico será
la de ser un simple consumidor. Amazon también ha incursionado en la robótica a
partir de drones, furgonetas robots y en investigaciones para hacer que los
envíos sean más rápidos y de acuerdo con las preferencias de los consumidores.
Eso significa que habrá autos robots rondando las calles a la espera que
recibir un pedido de algún consumidor.
En el libro de Natalia Zuazo, Los dueños de internet (2018), se describe en cada uno de sus capítulos la manera como Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, las cinco grandes potencias de Internet, han logrado posicionarse como una nueva forma de capitalismo, menos violenta pero más invasiva a la vida privada de las personas. Este apostolado del likes, motores de búsqueda, sistemas operativos y productos aspiracionales se nutre de la inmediatez de las señales de fibra óptica y los interminables tubos enclavados debajo de la tierra y las señales satelitales cada vez más rápidas. Muchos están de acuerdo en que, lo que impera es la dictadura del algoritmo y la inteligencia artificial. Lo vemos a nivel laboral en las aplicaciones de Uber, Cabify, Rappi… Estas aplicaciones de auto empleo venden la idea de un falso emprendimiento y una noción de independencia equivocada y tramposa que solo precariza las condiciones laborales, de por sí, muy injustas. Las plataformas de autoempleo solo han desvinculado y despersonalizado la relación empleado y patrón. Ya no hay un enlace moral de colaboración entre ambos sino una fría interacción con una inteligencia artificial que toma decisiones por nosotros y elige lo que nos conviene de acuerdo a su programación, todo ello maximizando las ganancias de los dueños y accionistas de las plataformas que han buscado la manera de pagar el mínimo de impuestos en los países en donde operan dado que, no se consideran una empresa que tenga empleados, sino socios y no son, ante la ley, una empresa de transporte, sino de informática o de software. Los conductores de Uber tienen que comunicarse con estas formas de inteligencia y aprender a interactuar con ellas y esto sucede en todos los casos.
A nivel del consumidor, esa noción de individualidad que antes eran privada y representaban un misterio para las grandes compañías, se han convertido en una mina de oro de extracción informática que se nutre de nuestros gustos, creencias, interacciones sociales, preferencias, hábitos de compra… Roberto Calasso en su libro La actualidad innombrable (2018) nos habla de nuevas formas de secularismo en donde nuestra individualidad se conecta y se funde con los algoritmos y la Big Data. Ahora bien, para Byung-Chul Han, el culto y la sumisión a los medios conforma una religión que flota sobre una falsa creencia de libertad, una sujeción invisible y no expresada. Pensamos que somos libres al acceder a rituales tecnológicos, redes sociales, compras en la web, pero hay algo en la formas culturales y tecnológicas que operan como un agente doble que nos «vende» esa idea, esa falsa noción de independencia y la señala como algo propio, que viene de adentro de nosotros. Es imposible definir un concepto absoluto de libertad. No siempre es posible elegir y muchas veces, alguien más ya ha elegido por nosotros. Hay algo de neo colonialismo en el reinado de estas corporaciones que han accedido a nuestra privacidad para crear una especie de minería de extracción, la data economy.
Este neo colonialismo es semejante al ejercido por el imperio británico y los barones de la industria y de la banca sobre los países africanos u orientales. Esta vez, preparado para invadir las mentes de los usuarios de todo el mundo. Los selectos supermillonarios del pasado como los Vanderbilt, J. P. Morgan, Henry Ford, John D. Rockefeller ni por asomo pudieron aspirar a tener el poder e influencia de los gurús de Silicon Valley. Esta cuarta revolución industrial —que incluye fenómenos como la nube, el internet de las cosas, los sistemas ciberfísicos y la robótica— está representada por personajes como Bill Gates quien, con su empresa Microsoft ha influido en gobiernos, organizaciones sociales, corporaciones. Microsoft ha operado desde sus inicios de una manera muy agresiva e imponiéndose a través prácticas monopólicas. Desde luego, tener un sistema operativo imperante ha contribuido a homologar la interacción informática pero también ha opacado propuestas de otros desarrolladores. El Club de los Cinco que describe Zuazo ejerce control sobre el cincuenta por ciento de la población mundial. 8 grandes millonarios ostentan la riqueza de la mitad del mundo.
Todo esto parece no importarle a la mayoría de personas, hay una atmósfera de tecno-optimismo que propone que habrá más igualdad, que la gente tendría más acceso a la información y que esta tendrá de democratizarse. Puede ser cierto, Internet cambió nuestras vidas haciendo accesible y liberando información que antes era inaccesible. Este optimismo se compensa con aseveraciones como las de James Bridle en su libro La nueva edad oscura (2018) en donde afirma que, estamos conectados a inmensos repositorios de conocimientos en donde: «aquello que se esperaba que iluminase el mundo con la abundancia de información y la pluralidad de cosmovisiones a la que ahora tenemos acceso a través de Internet no producen una realidad consensuada y coherente, sino una desgarrada por la insistencia fundamentalista en relatos simplistas, teorías de conspiración y una política de hechos consumados». Ya agotados los grandes relatos de la modernidad solo nos queda una noción fluida de la realidad, como nos la describe Bauman, en donde los hechos dependen de una perspectiva que está cambiando constantemente de eje. Políticos como Donald Trump y miembros de su gabinete, ante cualquier controversia derivada de sus actos hablaban sobre «realidades alternas», como si la misma realidad pudiera bifurcarse en varias versiones, cada una adecuada y customizada a un sector poblacional específico. Vivimos la era de la posverdad y de las fake news gracias a la ominipresencia de los medios digitales y la superfluidez de los datos.
La gran desventaja en un mundo hiperconectado por compañías de semejante poder sobre nuestras decisiones tiene que ver con el debilitamiento del Estado, es decir, del poder de las democracias tradicionales y el predominio y el control de los capitales bursátiles y especulativos. En el siglo pasado, Noam Chomsky nos hablaba de un Senado virtual, un poder fáctico que suplía el poder del electorado en las decisiones del gobierno. Un poder con medios económicos y la posibilidad de hacer lobbying en el Congreso estadounidense para promover o aprobar leyes a modo de las grandes corporaciones. Hoy, ni siquiera eso es necesario. Se dice que Facebook, a partir de su alianza con Cambridge Analytica pudo permear y modificar la opinión pública para inclinar la balanza a favor de Donald Trump en el 2016. Para Farhad Manjoo, analista tecnológico del New York Times, una empresa como Facebook «se volvió una fuerza política y cultural global y las implicancias completas de esa transformación se hicieron visibles en 2016».
Natalia Zuazo abunda en la ambición de Microsoft al oponerse a la educación pública en diversos países y para promover sus plataformas educativos y su software pedagógico. A partir de certificaciones como Office, programas de todo tipo, entornos de comunicación como Skype y Teams, Microsoft y la fundación de Bill y Melinda Gates tejen alianzas con gobiernos y se dedican a la desprestigiar la educación pública local, a la que consideran obsoleta si no se hace en los términos y condiciones que ellos imponen. La estrategia de Microsoft es demoler y civilizar en sus términos, fundar sobre lo antiguo desde su propia visión e interés. El software es una nueva forma de imperialismo sobre diversos países. Muchas veces, términos como tecnología y capitalismo parecen sinónimos y en otras, resultan intercambiables, principalmente en los muchos congresos sobre innovación en el que se venden las nuevas ideas que cambiarán nuestras perspectivas sobre la educación en el mundo. Cambio, innovación, tecnología, productividad, eficiencia, ganancias, son palabras que se repiten como un mantra entre los nuevos gurús tecnológicos en los Ted Talks a nivel mundial. Microsoft promueve un tipo de enseñanza en donde la educación es más lúdica, autónoma y personalizada. Suena bien, solo hay que tomar en cuenta que cada relato creado por las corporaciones se encamina al enriquecimiento de unos cuantos y al ocultamiento de esa riqueza a través de la evasión fiscal. Hay algo que define todo este discurso: la supremacía de la tecnología, de ciertas tecnologías. Todo fuera de eso es visto como antiguado e inútil.
El software como soporte y plataforma, la omnipresencia del Big Data, los recursos de la inteligencia artificial, el machine learning y los algoritmos que, orientados a satisfacer necesidades corporativas, solo alimentan la idea o el concepto de que cada ser humano es un entrenador de máquinas, un proveedor de datos, tanto conductuales como biométricos. Lo vemos en los conductores de Tesla cuyos modos de conducción e interacción son «espiados» por las cámaras del autos. Toda esa información terminará creando modelos de predicción en el superordenador Dojo, como ya se mencionó. Todas nuestras búsquedas en Google y preferencias de YouTube estarán alimentando Alphabet Inc y su filial DeepMind, compañías de inteligencia artificial del gigante Google. La experiencia humana representa un software con valor en el mercado bursátil, es una nueva commodity, el mercado de futuros que de manera indirecta ya cotiza en Bolsa. Para The Economist «El recurso más valioso no es más el petróleo, sino los datos».
Natalia Zuazo
considera Facebook como un gatekeeper, un filtrador o un guardián de las
noticias. Las noticias pasan por una serie de tamices: directores,
propietarios, editores, periodistas y anunciantes. No hay objetividad
periodística, solo intereses variados. El fenómeno no es nuevo, la manipulación
de la información ha existido siempre. Noam Chomsky nos ponía al tanto acerca
de los distintos filtros sobre los que pasa ésta y la manera en que la misma
condicionaba la imagen de la realidad. Internet nos demostró que los hechos no
son tan importantes como la imagen que se tiene de ellos y que la realidad es
un constructo relacionado con percepciones, como una elaboración especular o
espectacular que tenemos del mundo. Los hechos pasan a segundo plano
para darle cabida a los mecanismos de la posverdad y las noticias falsas. La
posverdad parte de una serie de supuestos o predisposiciones, de
representaciones de la realidad sobre la que es posible incidir a partir de fake
news. Si el lenguaje es parte de la realidad y se asemeja a ella, basta con
cambiar la narrativa. Corporaciones y políticos se basan en esta idea. La
inteligencia artificial y sus mecanismos algorítmicos como PageRank, en el caso
de Google y EdgeRank en el caso de Facebook —que hace que cada News Feed que
vemos nos otorgue una visión confortable y feliz de la realidad—, separan a un
grupo poblacional determinado a partir de sus perfiles y preferencias, y los
bombardea con noticias o con tendencias que reafirman sus creencias o terminan
por convencer a los indecisos. Una forma de sesgo de confirmación que aplica a
todos los seres humanos. La imagen del mundo esta permeada por procesos en
donde una búsqueda por Google de algún tipo de información solo nos arroja la
información necesaria, adecuada y conforme con nuestras creencias, gustos,
personalidad y posición en la pirámide social. La imagen de la realidad no es
necesariamente la verdad sino un traje a
la medida de nuestros deseos y aspiraciones. Para Sean Parker, Facebook «está
diseñado para explotar las vulnerabilidades de la psicología humana» y para «conseguir
un feedback de validación social».
Tal vez en el futuro solo necesitaremos pensar o desear algo en nuestro interior para que las empresas de información lo sepan. Esto ya se vio venir desde que NeuraLink, la compañía de Elon Musk, pudo lograr que un macaco con un implante cerebral pudiera controlar un mecanismo de hardware externo, el juego de Pong, sin utilizar sus manos o el joystick, solo el pensamiento. Las implicaciones de esto son tremendas porque suponen que la inteligencia artificial y los macrodatos, a los que vemos como una entidad separada de nosotros, se convertirán en parte de nuestra interacción diaria sin que exista alguna separación física. La máquina y la conciencia humana formarán una sola entidad en donde no existirán demarcaciones claras. No habrá distinción entre conciencia y máquina. Después de todo, somos nosotros quienes determinamos la noción de humanidad y definimos cuál habrá de ser nuestra esencia. El libro de Natalia Zuazo hace otro tipo de propuestas en donde es posible aprovechar y capitalizar algunos de estos avances en la captación y procesamiento de datos que resulten menos invasivos y sin el abuso inherente propio de las grandes compañías. Es decir, usar la tecnología para el bien común sin ese margen tan escandaloso de desigualdad que solo contribuye a que una minoría se beneficie de este auge. En suma, que la tecnología pueda trabajar para devolverle el poder a las distintas colectividades.
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