De laberintos burocráticos
Es posible que ustedes recuerden esta escena: un mexicano de origen chino, de profesión empresario farmacéutico y de nombre Zhenli Ye Gon en una ceremonia oficiada por el presidente Vicente Fox, recibe un pasaporte mexicano. En esa ceremonia de mexicanos naturalizados estaban los nuevos ciudadanos: profesionistas, empresarios, gente con un bagaje cultural importante. El punto medular de esta crónica es este: Zhenli Ye Gon, un presunto blanqueador de dinero y presunto narcotraficante de metanfetamina tiene un pasaporte mexicano. Yo no. Y decirlo parecería un ejercicio de resentimiento o envidia. Podría ser. ¿Por qué no? Tener un pasaporte es importante, sobre todo cuando hay necesidad de escapar del país. Pero ese no es mi caso. No me gusta viajar, pienso que es innecesario, pero ese documento, la posibilidad de tenerlo me daba la idea de que era posible el orden y el equilibrio en mi vida. Pensaba en la belleza de sus trazos, en sus elementos de seguridad, en la calidad y el grosor de su papel; las marcas de agua, sus relieves, sus motivos y decorados. Hay cierta belleza en ese documento. En mi caso, quise poner a prueba el sistema teniendo esa certificación, y fui derrotado por el sistema.
Así como existe la inteligencia matemática o la inteligencia verbal, debe haber algo llamado «inteligencia burocrática». Cierta cualidad empírica de sortear los aspectos engorrosos del trámite oficinesco sin sucumbir a la inmovilidad y la ansiedad: la recolección de firmas, el formato que se llena con letra de molde y con información actualizada. Porque eso sí, ha de llenarse con tinta negra o azul y de preferencia negra con un bolígrafo. Sí señor, así está escrito en la ley. Debe existir un talento especial para no sentir ansiedad ante las dilaciones inesperadas que lo posponen todo, porque lo que deseamos es para otro día. No este. Otro, siempre otro, como el deseo que no se cumple y construye cercos invisibles alrededor de nosotros. La cárcel del presente en donde como siempre, esperamos pacientes, angustiados, indignados, desesperados, resignados, decepcionados. Yo le recomendaría que regresara mañana, escucharía una y otra vez frases parecidas a lo largo de este proceso.
Mañana, siempre mañana. Sucesión de días siempre interrumpidos por los fines de semana cuando no son horas de oficina y hay que esperar al día siguiente, cuando por fin llegue el lunes, siempre que no sea día feriado porque esos días, usted bien lo sabe no se trabaja. Gracias a Dios. La burocracia y sus laberintos forman una urgencia pospuesta que se perpetúa y nos carcome las ansias, como la lepra de una espera que nos convierte en zombis de las filas de los bancos, los centros de atención ciudadana, las oficinas de finanzas, del seguro social, de relaciones exteriores. Los tramites burocracias representan la medida de nuestra paciencia, ponen a prueba nuestra tolerancia a la frustración. Son en suma, la prueba máxima de nuestra templanza. Si usted es un adolescente caprichoso, no intente sortear las embestidas de un «no» burocrático. Hay una pared de granito que se formará para detenerlo a usted y a sus sueños: la adquisición en cómodos pagos eternos de una pequeñísima nueva casa de setenta metros cuadrados, los trámites de un matrimonio que se engrosan conforme presentamos documentación y nos dicen que tiene usted que presentar una constancia de residencia expedida por alguna autoridad municipal, eso en el caso de que uno sea vecino de lugar o bien, una constancia de no residencia en el que caso de que usted no sea vecino de la localidad.
Mis problemas con la burocracia mexicana vienen de mucho tiempo atrás. Todo empieza con el acta de nacimiento de mi madre, si nos remontamos hasta ese punto: el nombre de pila con el que siempre se llamó nunca correspondió al nombre que tenía registrado en libros allá en su natal Morelia. Así que, al nacer yo, decide registrarme con un nombre distinto al legal. Tiempo después, ella decide sacar una copia certificada de su acta de nacimiento para descubrir que toda su vida había vivido en el engañó: su verdadero nombre era Melania y no Eulalia, como sus padres le hicieron creer toda su vida. Tú eres «Ulalia», como tu abuela y no digas que no porque así te llamas. Bueno, Eulalia, como sea. Así, de buenas a primeras me encuentro con que en mi acta de nacimiento se afirma que yo soy hijo de una tal Eulalia, que es como decía llamarse. Es que así siempre me llamaron, hijo. Eulalia o Lalita que para el caso es lo mismo. Que doña Lalita esto, que doña Lalita lo otro.
Pero esto apenas empieza, como si el laberinto burocrático al que me he sometido fuera una eterna piedra de Sísifo. Me gustaría que ese fuera el único contratiempo de mi documentación legal. Resulta que cuando éramos niños, al ser mi madre soltera, decidió registrarnos con sus propios apellidos: Maldonado Rivera. Así pasaron diez años desde el momento de mi nacimiento. Para cualquier efecto, boletas de calificaciones, registro en escuelas, siempre fui un Maldonado Rivera. Tiempo después, cuando murió mi padre, pasaría a llamarme Vázquez Maldonado, por la voluntad y los buenos oficios de mi familia paterna. Pero hubo un problema grave: resulta que mis parientes jamás se tomaron la molestia de registrarnos en el libro de actas de la municipalidad. Un conocido, amigo del juez y de la autoridad solo sacó los documentos y los llenó con nuestros datos, sin preguntar, sin pedir más referencia que la palabra de uno de mis tíos, quien pudo haberle untado la mano al juez para acelerar el proceso. De esa forma, la pobre de mi madre, sin saber nada de trámites, termino con un acta de nacimiento nueva a mi nombre, pero apócrifa, llevando con esto la semilla de la destrucción. Con una nueva identidad regresaría a la escuela, haría toda clase de tramites sin darme cuenta que lo que llevaba en las manos era una acta de nacimiento más falsa que un billete de treinta pesos, un documento que no valía ni siquiera el papel en el que estaba impreso porque no sustentaba absolutamente nada.
Entonces cambia el siglo, ya nos estamos en el viejo siglo XX. Vamos rumbo al Y2K, el caos informático que se avecina, nos dicen los medios alarmistas. Luego, diez años después vienen los soportes digitalizados, las copias con firma electrónica y sus largos códigos, y más tarde, los códigos QR que se fotografían con un teléfono celular. Basados en la lógica de que estamos en el México rural y aquí no pasa nada porque todo se puede arreglar con buena voluntad y platicando con el licenciado para acelerar los trámites, nos encontramos que muchas cosas han cambiado. Me vi en la necesidad de obtener un acta de nacimiento nueva. En este país, para obtener un documento oficial, necesitas otro documento oficial y para éste, otro…y así sucesivamente. Las oficinas en todo el país requieren, para todo trámite, actas de nacimiento actualizadas. Porque usted sabe, es necesaria la certeza legal de que usted es usted, de que es mexicano y no salvadoreño. Me muestra su IFE —que así se llamaba el documento por aquel tiempo—por favor. ¿Está seguro que nació aquí? A ver, cánteme el himno nacional porque no le creo. Mire usted, el acta que tiene es muy vieja. Fue sacada en 1983, de eso ya llovió mucho. No joven, estas son las nuevas. Mire, tienen una marca de agua, el papel tiene relieve y es de color palo de rosa, además de que una serpiente rodea los contornos. ¿Verdad que es bonita? Y las más nuevas son copias digitales que usted puede solicitar por Internet, tienen un código QR y soporte digital en una base de datos. Tráiganos la nueva. Vaya usted al municipio de San Juan Evangelista, a la oficina municipal donde tienen todos los registros.
Me dejo ir al rancho, al citado San Juan Evangelista, un pueblo globero de lo más cutre, polvoso y deleznable en donde hace un calor infernal y la gente te habla como como si te conociera desde hace muchos años. ¡Ah, pariente!, te dicen en la calle. Así que me presento en la alcaldía donde están los empleados abanicándose. ¿Cómo se llama usted? Ah, sí. Ustedes de los Vázquez de por acá. Miré ahí va su tío don Fulano, y por allá su pariente don Mengano. Salúdelos pues, no sea paisano. ¿Para qué me dijo que venía? Vengo por mi acta, señorita. Miré, vamos a buscarlo en los registros de 1983. Hacemos conjuntamente la citada búsqueda en libros para darme cuenta de que no estoy ahí y nunca estuve en esos registros. La copia del acta de nacimiento que tenía en la mano era un elaborado engaño, una farsa truculenta que me convertiría en un mexicano de segunda categoría. Dueño de una partida de nacimiento ficticia me regreso a Puebla tratando de deshacer el engaño que es mi propia vida en los registros burocráticos.
Llego con las autoridades civiles poblanas quienes me preguntan que si tengo mi IFE y mi CURP. Bueno joven, es que usted nació en Veracruz y esos trámites se realizan allá, aunque si usted nos demuestra que no está registrado tiene que presentarnos una constancia de no existencia del acta en su ciudad de nacimiento, es decir, Córdoba. Tiene que ir allá y demostrarnos que no está registrado. Asimismo, debe que presentar una constancia de domicilio para demostrar que usted es un ciudadano avecindado en Puebla, o bien una partida de bautismo para indicarnos dónde recibió la comunión. Por fortuna sí la tengo y entonces digo para mis adentros: ¿Qué pasa si no soy católico? ¿Qué tal si soy judío, ateo o masón disoluto? ¿Les traigo un VHS con la ceremonia ritual de ordenamiento en la logia? Bueno joven, casi todos los mexicanos lo son. ¿No es usted casado? No, respondo. Convendría que nos presentara un acta de matrimonio. Ya le dije que no soy casado. Bueno, eso le ayudaría mucho. ¿Tiene título universitario? Pues no. ¿Cartilla liberada? Bueno, por azares del destino no pude presentarme a liberarla. La verdad ni siquiera supe si tenía que marchar o no, les aclaro. Para ese momento empiezo a pensar en la lógica de todo eso. Veamos: digo que soy de Córdoba y, ¿tengo que presentar una constancia de que no soy de ahí? ¿Si dijera que soy de otra ciudad aplicaría el mismo requisito? ¿Qué caso tiene demostrar eso? ¿No sería mejor presentar una «constancia de no existencia» de todos los municipios del país? ¿Cómo saben que no les estoy mintiendo y nací en Nicaragua? ¿Solo porque presento un documento de que no estoy registrado en Córdoba? Absurdo. Continúa la batería de preguntas. ¿Tiene usted hermanos, medios hermanos? ¿No tiene usted hijos? A todo respondo que no. Las cosas se complican más porque me piden que el acta de bautismo deber tener la validación de un notario público de la zona. Definitivamente joven, tiene usted que regresar a Veracruz. Señor, pero ellos me mandaron con ustedes, me dijeron que era acá. Mire, acá entre nos, solo podríamos ayudarlo si usted fuera de la tercera edad. Para este tipo de casos tenemos un programa que acelera los trámites. ¿Está usted seguro de que es mexicano? En ese momento apreté los dientes para no decir una leperada o darle un chingadazo al citado funcionario. Por cierto: nunca le digan a un mexicano que no es mexicano. Sí, lo sé, la nacionalidad es un mito, un constructo social. ¿Pero qué quieren? Yo me encargo de mis mitos, ustedes, de los suyos. Decirle a un mexicano que no lo es, representa una pésima idea. No lo hagan.
Los trámites con esa acta apócrifa me condujeron de ida y vuelta a Xalapa, donde un licenciado, funcionario del registro civil me ayudó a obtener un acta extemporánea, mucha más actual, con la desventaja de que estaba incompleta y no mencionaba los nombres de mis padres y abuelos. Bueno, pensé, peor es nada. Ahí estaba el documento. Pero mis problemas con la identidad no terminaron ahí. Al momento de querer obtener un pasaporte comenzó otra ordalía, otros trámites y suspicacias. A ver, déjeme ver los papeles que trae. Usted se registró ya muy tarde. Ese certificado de primaria que me presenta está muy desfasado del año del registro extemporáneo. ¿Tiene hermanos? ¿Es casado? ¿Tiene hijos? Algunos de ustedes y yo sabemos que la respuesta es no. Convendría, esa sería la respuesta de la funcionaria de la Secretaria de Relaciones Exteriores. Veamos, su carta de pasante solo es a nivel técnico, podría funcionar una de nivel licenciatura. ¿Por qué no liberó su cartilla? Querer obtener un pasaporte no solo fue un proceso engorroso que me hizo perder casi todo el día, también fue un pésimo negocio: tuve que pagar por los derechos del citado documento para no obtener nada. Ahora que lo pienso debí gastarme el dinero en otra cosa.
Tal vez sobrestimo el pasaporte, tal vez solo sea un documento innecesario para mí y solo quiero tener uno por mis afanes de controlarlo todo. Ya que los mexicanos nacemos donde se nos da la gana, la próxima vez que necesite con urgencia este documento me voy a asegurar de nacer en China, ser empresario y naturalizarme mexicano, blanquear dinero y llamarme Zhenli Ye Gon. Podría funcionar. Aunque pensándolo bien, ¿quién demonios necesita viajar?