Control Alt Suprimir

El Blog de Noé Vázquez

viernes, 21 de octubre de 2022

El vértigo horizontal de Juan Villoro

Reseña

El vértigo horizontal de Juan Villoro

Ed. Anagrama

2019


Por: Noé Vázquez


A través de las páginas de El vértigo horizontal Juan Villoro describe su ciudad a partir de la crónica, la remembranza, el anecdotario, la vivencia, la nota periodística, la autoficción, el ensayo. Desde una de una serie de estampas y aproximaciones a esa turbamulta que representa la ciudad de México, Villoro abordará, a través de una serie de capítulos que son como estaciones del metro, la experiencia de la ciudad a partir de su historia. El autor saber que cada ciudad desprende otras, que hay ciudades escondidas, una debajo de la otra. Tampoco le son ajenas las ciudades invisibles de las que hablaba Italo Calvino, ni esas ciudades que se quedan en nuestra memoria, las fantasmagóricas que refería Patrick Modiano en una serie de novelas que reflejaban ese París brumoso de la posguerra luego de 1945. Para Villoro, hay vínculos afectivos que conectan las luces de la ciudad con las sombras que se proyectan. Villoro nos hace caminar las calles de esa ciudad como una operación de remembranza, una evocación que dinamiza los lugares y les otorga humanidad. La obra convierte la lectura en un paseo con aquellos lugares señeros. 

Villoro hace una operación de rastreo, de arqueología. En el autor coinciden la visión del sociólogo y del cronista, pero también, del habitante de la ciudad, del hombre que sabe darle una lectura de primera mano, incluso desde sus circunstancia de escritor privilegiado. El libro es la visión del sujeto sentimental que ha padecido la ciudad en la lentitud de sus procesos, en la indiferencia de sus burocracias, en el extrañamiento que le provocan algunas actitudes. Los clásicos hablan de un «peregrino en su patria», de ese ciudadano que no sabe entender ni siquiera su propia sociedad y el autor sabe que, para cualquier mexicano, la mexicanidad ya supone un choque cultural: las costumbres, los protocolos, las usanzas tienen un dejo intrínsicamente kafkiano. Lo supo ver André Bretón, pero también, el infinito Ibargüengoitia en sus muchas crónicas: una de tantas, Instrucciones para vivir en México. La ciudad se convierte, en la obra de Villoro, en ese sitio separado y privilegiado en donde confluye las idiosincrasias, la estratificación social, los prejuicios de clases, las increíbles distancias sociales, los innumerables contrastes. Esa ciudad que nos seduce y nos abruma, también nos desgasta y parece tragarnos en un vértigo que lleva sus trenes metropolitanos de un lado hacia el otro. Un tráfico infinito que nos embrutece las ganas de vivir. 

Notamos que por momentos el ensayo villoriano se convierte en narración, y esta, en crónica: lo personal, que arrastra y se remonta a la memoria, deviene en lo anecdótico, lo excéntrico y lo curioso. Villoro decide remontarse a su niñez para contextualizar un evento, una calle, un suceso histórico, un recuerdo que ha cubierto el polvo y la noción incesante de que algo se pierde en el intento de rescatar las sombras de lo que fue una ciudad. Algo se quedó en el camino y no habrá de ser rescatado porque los protagonistas tienen la mala costumbre de morir o de no acordarse. El cronista recorre las calles como lo haría un Carlos Monsiváis al recuperar los visos de la cultura popular y crear estampas o pequeñas semblanzas. La ciudad «perra y famélica» que quiere ver Carlos Fuentes se abre como un horizonte de vivencias y personajes típicos que vibran en su momento como fantasmas y luego desaparecen porque la ciudad ser reinventa a cada momento y da lugar a lo nuevo. El autor aproxima su memoria a los lugares: las paradas del metro, los barrios como Tepito, Lagunilla; sitios como Parque Hundido, el mercado de El Chopo, el parque de Chapultepec; las distintas parades del metro.

El vértigo horizontal quiere ser una respuesta a la sensación de estupor y desorden que nos inspira la macrocefalia de una urbe en la que es tan fácil perderse. Una distopia bien amada por sus habitantes que en la que solo cabe la resignación. «Aquí nos tocó vivir», se dice en La región más transparente de Carlos Fuentes. CDMX es una cifra inmensa y abrumadora capaz de desalentar a cualquiera, menos a sus estoicos habitantes. El narrador se adentra en las calles como observador, solo como eso. Mantiene una distancia disciplinada y prudente porque sabe que no se puede ser juez y parte, porque, por más que la ciudad nos indique la necesidad de participar de ella y confundirnos como la carne en la hostia, existen las distancias y no es posible conocerlo todo. La ciudad intriga, pero sabemos que no podemos ir más allá de las murallas que nos imponen. La ciudad es un misterio que se nos agolpa. CDMX también es la invitación de participar de ella y con ella en sus rituales, en la invitación a sus largas marchas en identidad caótica. 

El texto no desprecia la sabiduría del barrio, las mitologías del pancracio, la vida y obra de los luchadores enmascarados, el comic, la radionovela, los bazares y tiendas de viejo, las cafeterías y sus pláticas en donde se ventilan asuntos políticos importantes. Se relacionan los lugares obligados o musts que en toda ciudad deben visitarse: el parque, la plaza, la estación, el estanquillo, el puesto de memelas y tacos, las fruterías; los lugares sagrados de la casa como la cocina o la zotehuela; los sitios emblemáticos y problemáticos como el Ministerio Público y sus procesos laberínticos y desesperantes que ponen a prueba nuestra fe en la humanidad.  Se viven las ceremonias impuestas o autoimpuestas como el grito de desahogo de la mexicanidad que empieza con un «Ay, mis hijos» y continúa con un «Hay tamales calientitos, tamales oaxaqueños» para concluir con un «Viva México, cabrones». También visitaremos el café del Vips o del Sanborns, lugar de reunión de los poetas y en donde Ulises Lima y Arturo Belano de Los detectives salvajes fueron a amenazar a Carlos Monsiváis.  

Escribir crónica supone ser un transeúnte con ciertas dotes de observación y de suspicacia. Me gusta el hecho de que El vértigo horizontal sea un libro personal y apasionado. Un texto que le incumbe al autor como una espina clavada. Algunos libros no tienen más remedio que ser personales. La ciudad, su noción de ella, su forma de gozarla y sufrirla, es íntima pero también, esa intimidad revela sus vastas extensiones, su excentricidad hacia los barrios más marginales, hacia las ciudades perdidas y los niños de la calle. Las ciudades, concebidas por los griegos como un juego de sinergias, codependencias y formas de subsistencias fueron concebidas como un sitio en donde es posible ejercer la vida pública. Política viene de polis, que es ciudad. En ese juego de sinergias, los habitantes encuentran confort y acomodo a través de los otros: alguien hace nuestro pan, alguien más, nuestro vestido y otro, construye un lecho para nosotros. Es por eso que, para los ciudadanos de la Hélade, el destierro era un castigo terrible porque tenían que vivir aislados, o bien, en comunidad con aquellos a quienes llamaban bárbaros y cuyas costumbres no entendían.

Villoro habla del chilango desde su unicidad, esa particularidad que tiene, tan hermética pero también tan estoica. El cuerpo como un cerco de púas que nos hace desconfiados y taimados. El chilango es ese personaje a las vivas de cualquier circunstancia: un posible asaltante, una bronca en el metro, un agente de tránsito mordelón. Desde las aglomeraciones, vemos al chilango, según Villoro, «como alguien que sobra». Para Gabriel Zaid, «chilango» viene de xilaan que significa «desgreñado». Así, tendremos a esos newcomers que vinieron para Acatlán desde Allatlán bajando de camiones atestados desde la comunidad rural y sin tiempo de haberse peinado. Para Villoro «Nuestro trato con la realidad es fácilmente esotérico». Un chilango vive la ciudad desde un naufragio de cosas. Los chilangos hacen la oda de su propia destrucción con un espíritu de sorna. Vivir esa mexicanidad chilanga requiere mitos fundacionales que la vuelvan soportable. Si Carlos Fuentes quiere que México sea «una nación de niños alegres y hombres tristes», y Octavio Paz nos ve como «hijos de una madre ultrajada». Para Villoro, México es «deficiente pero magnífico». No me extraña, la mexicanidad como vivencia entraña disciplinas ocultas que muchos de nosotros ni siquiera entendemos.

En El vértigo horizontal convergen un solo plano, distintos estratos temporales, distintas edades que parten desde el México prehispánico con templos enterrados y con el México moderno. Villoro nos habla del metro subterráneo de la ciudad a condición de saber que también hay un reino de las profundidades en donde habitan los muertos. La zona sepulcral del Mictlán donde van las almas. Si hay un vértigo horizontal, debe haber también una agitación vertical de edificios modernos que se yerguen como moles gigantescas. Si hay un Polanco y Santa Fe, hay una Bondojito y una Lagunilla. CDMX, Chilangolandia, El Defectuoso, Chilangópolis es la urbe que no te dejará fallar porque de todos modos llegaste ahí bien fregado: «En Chilangópolis no hay pecados de origen. Todos tienen derecho a fallar en el presente». 


lunes, 27 de septiembre de 2021

«Los dueños de internet». Un libro de Natalia Zuazo



Mientras escribo estas líneas, Jeff Bezos, CEO de Amazon y Richard Branson, de Virgin Galactic ya realizaron sus vuelos orbitales y suborbitales mientras que Elon Musk de Space X ya prepara más misiones para Space X. Dos de ellos son capitanes de un nuevo de tipo de industria: la industria de la información y de los datos, el negocio este tipo de saqueo y la incidencia sobre las decisiones de la gente. El auge de Internet a partir de la década de los noventa del siglo pasado permitió una nueva fórmula de economía en donde la mercancía serían los datos personales. Un ejemplo de apropiación de datos viene de Elon Musk, quien, a partir de un mecanismo de inteligencia artificial que recopilará datos de los usuarios y los almacenará en una computadora monstruosa de nombre Dojo, como las escuelas de karate en Japón, podrá perfeccionar la conducción autónoma, con todo el valor en el mercado que ello supone. Dojo es una supercomputadora construida especialmente para crear y entrenar modelos de autoconducción en entornos virtuales 3D creando sistemas de predicciones a partir de redes neuronales y machine learning. Para esto, desarrollaron un chip llamado D1 y construyeron el sistema desde cero. Dojo recibirá informes sobre las interacciones de cada usuario de Tesla, esto irá engrosando su capacidad de procesamiento y la cantidad de modelos de predicción creados. Esta inteligencia artificial para la autoconducción de automóviles hará que, en el futuro, la conducción humana sea declarada ilegal por su peligrosidad. Al mismo tiempo, con su compañía Space X pretende poco a poco formar una constelación de 30 mil satélites de baja altura para establecer una red de transmisión de internet de alta velocidad que nos conectará a todos en todas partes del orbe sin necesidad de redes wifi o compañías telefónicas de por medio con todo y los posibles peligros que trae aparejado tener tantos satélites, las posibles colisiones y la basura espacial que habrá de generarse.

Mientras tanto, Amazon ha conformado un emporio gigantesco que recopila datos de sus clientes para conocer sus deseos y anticiparse a sus aspiraciones y necesidades. Jeff Bezos también ha incursionado en la carrera espacial con su empresa Blue Origin, que busca obtener contratos con la NASA para futuras misiones espaciales y ser pionero en el incipiente negocio del turismo espacial. Los nuevos paradigmas de la carrera espacial a manos privadas son el producto de la economía de la información y los macrodatos en donde el ente individual ya no tiene necesidad de rebelarse de la explotación, ya que, de acuerdo a Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI (2018), el ser humano ha pasado de ser un ente instrumentalizado y explotado para luego convertirse en una forma de mercancía pasiva, para después, ser condenado a la irrelevancia. Hay algo peor que ser percibido como enemigo de las grandes empresas transnacionales y los gobiernos, y esto es, la invisibilidad. Una vez que las cinco grandes compañías informáticas han extraído tus datos, ya no serás necesario. Los avances en la inteligencia artificial y el triunfo de la robótica harán que el trabajo humano físico desaparezca. Luego de que Elon Musk presentó su proyecto Tesla Bot en 2021 para competir contra Boston Dynamics, anunció la necesidad de que cada individuo en la tierra tenga una pensión vitalicia para solventar sus necesidades ya que el trabajo lo harán los robots y la labor del ser humano en este nuevo modelo económico será la de ser un simple consumidor. Amazon también ha incursionado en la robótica a partir de drones, furgonetas robots y en investigaciones para hacer que los envíos sean más rápidos y de acuerdo con las preferencias de los consumidores. Eso significa que habrá autos robots rondando las calles a la espera que recibir un pedido de algún consumidor. 


En el libro de Natalia Zuazo, Los dueños de internet (2018), se describe en cada uno de sus capítulos la manera como Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, las cinco grandes potencias de Internet, han logrado posicionarse como una nueva forma de capitalismo, menos violenta pero más invasiva a la vida privada de las personas. Este apostolado del likes, motores de búsqueda, sistemas operativos y productos aspiracionales se nutre de la inmediatez de las señales de fibra óptica y los interminables tubos enclavados debajo de la tierra y las señales satelitales cada vez más rápidas. Muchos están de acuerdo en que, lo que impera es la dictadura del algoritmo y la inteligencia artificial. Lo vemos a nivel laboral en las aplicaciones de Uber, Cabify, Rappi… Estas aplicaciones de auto empleo venden la idea de un falso emprendimiento y una noción de independencia equivocada y tramposa que solo precariza las condiciones laborales, de por sí, muy injustas. Las plataformas de autoempleo solo han desvinculado y despersonalizado la relación empleado y patrón. Ya no hay un enlace moral de colaboración entre ambos sino una fría interacción con una inteligencia artificial que toma decisiones por nosotros y elige lo que nos conviene de acuerdo a su programación, todo ello maximizando las ganancias de los dueños y accionistas de las plataformas que han buscado la manera de pagar el mínimo de impuestos en los países en donde operan dado que, no se consideran una empresa que tenga empleados, sino socios y no son, ante la ley, una empresa de transporte, sino de informática o de software. Los conductores de Uber tienen que comunicarse con estas formas de inteligencia y aprender a interactuar con ellas y esto sucede en todos los casos.

 A nivel del consumidor, esa noción de individualidad que antes eran privada y representaban un misterio para las grandes compañías, se han convertido en una mina de oro de extracción informática que se nutre de nuestros gustos, creencias, interacciones sociales, preferencias, hábitos de compra… Roberto Calasso en su libro La actualidad innombrable (2018) nos habla de nuevas formas de secularismo en donde nuestra individualidad se conecta y se funde con los algoritmos y la Big Data. Ahora bien, para Byung-Chul Han, el culto y la sumisión a los medios conforma una religión que flota sobre una falsa creencia de libertad, una sujeción invisible y no expresada. Pensamos que somos libres al acceder a rituales tecnológicos, redes sociales, compras en la web, pero hay algo en la formas culturales y tecnológicas que operan como un agente doble que nos «vende» esa idea, esa falsa noción de independencia y la señala como algo propio, que viene de adentro de nosotros. Es imposible definir un concepto absoluto de libertad. No siempre es posible elegir y muchas veces, alguien más ya ha elegido por nosotros. Hay algo de neo colonialismo en el reinado de estas corporaciones que han accedido a nuestra privacidad para crear una especie de minería de extracción, la data economy.

Este neo colonialismo es semejante al ejercido por el imperio británico y los barones de la industria y de la banca sobre los países africanos u orientales. Esta vez, preparado para invadir las mentes de los usuarios de todo el mundo. Los selectos supermillonarios del pasado como los Vanderbilt, J. P. Morgan, Henry Ford, John D. Rockefeller ni por asomo pudieron aspirar a tener el poder e influencia de los gurús de Silicon Valley. Esta cuarta revolución industrial —que incluye fenómenos como la nube, el internet de las cosas, los sistemas ciberfísicos y la robótica— está representada por personajes como Bill Gates quien, con su empresa Microsoft ha influido en gobiernos, organizaciones sociales, corporaciones. Microsoft ha operado desde sus inicios de una manera muy agresiva e imponiéndose a través prácticas monopólicas. Desde luego, tener un sistema operativo imperante ha contribuido a homologar la interacción informática pero también ha opacado propuestas de otros desarrolladores. El Club de los Cinco que describe Zuazo ejerce control sobre el cincuenta por ciento de la población mundial. 8 grandes millonarios ostentan la riqueza de la mitad del mundo.

Todo esto parece no importarle a la mayoría de personas, hay una atmósfera de tecno-optimismo que propone que habrá más igualdad, que la gente tendría más acceso a la información y que esta tendrá de democratizarse. Puede ser cierto, Internet cambió nuestras vidas haciendo accesible y liberando información que antes era inaccesible. Este optimismo se compensa con aseveraciones como las de James Bridle en su libro La nueva edad oscura (2018) en donde afirma que, estamos conectados a inmensos repositorios de conocimientos en donde: «aquello que se esperaba que iluminase el mundo con la abundancia de información y la pluralidad de cosmovisiones a la que ahora tenemos acceso a través de Internet no producen una realidad consensuada y coherente, sino una desgarrada por la insistencia fundamentalista en relatos simplistas, teorías de conspiración y una política de hechos consumados». Ya agotados los grandes relatos de la modernidad solo nos queda una noción fluida de la realidad, como nos la describe Bauman, en donde los hechos dependen de una perspectiva que está cambiando constantemente de eje. Políticos como Donald Trump y miembros de su gabinete, ante cualquier controversia derivada de sus actos hablaban sobre «realidades alternas», como si la misma realidad pudiera bifurcarse en varias versiones, cada una adecuada y customizada a un sector poblacional específico. Vivimos la era de la posverdad y de las fake news gracias a la ominipresencia de los medios digitales y la superfluidez de los datos.

La gran desventaja en un mundo hiperconectado por compañías de semejante poder sobre nuestras decisiones tiene que ver con el debilitamiento del Estado, es decir, del poder de las democracias tradicionales y el predominio y el control de los capitales bursátiles y especulativos. En el siglo pasado, Noam Chomsky nos hablaba de un Senado virtual, un poder fáctico que suplía el poder del electorado en las decisiones del gobierno. Un poder con medios económicos y la posibilidad de hacer lobbying en el Congreso estadounidense para promover o aprobar leyes a modo de las grandes corporaciones. Hoy, ni siquiera eso es necesario. Se dice que Facebook, a partir de su alianza con Cambridge Analytica pudo permear y modificar la opinión pública para inclinar la balanza a favor de Donald Trump en el 2016. Para Farhad Manjoo, analista tecnológico del New York Times, una empresa como Facebook «se volvió una fuerza política y cultural global y las implicancias completas de esa transformación se hicieron visibles en 2016».

Natalia Zuazo abunda en la ambición de Microsoft al oponerse a la educación pública en diversos países y para promover sus plataformas educativos y su software pedagógico. A partir de certificaciones como Office, programas de todo tipo, entornos de comunicación como Skype y Teams, Microsoft y la fundación de Bill y Melinda Gates tejen alianzas con gobiernos y se dedican a la desprestigiar la educación pública local, a la que consideran obsoleta si no se hace en los términos y condiciones que ellos imponen. La estrategia de Microsoft es demoler y civilizar en sus términos, fundar sobre lo antiguo desde su propia visión e interés. El software es una nueva forma de imperialismo sobre diversos países. Muchas veces, términos como tecnología y capitalismo parecen sinónimos y en otras, resultan intercambiables, principalmente en los muchos congresos sobre innovación en el que se venden las nuevas ideas que cambiarán nuestras perspectivas sobre la educación en el mundo. Cambio, innovación, tecnología, productividad, eficiencia, ganancias, son palabras que se repiten como un mantra entre los nuevos gurús tecnológicos en los Ted Talks a nivel mundial.  Microsoft promueve un tipo de enseñanza en donde la educación es más lúdica, autónoma y personalizada. Suena bien, solo hay que tomar en cuenta que cada relato creado por las corporaciones se encamina al enriquecimiento de unos cuantos y al ocultamiento de esa riqueza a través de la evasión fiscal. Hay algo que define todo este discurso: la supremacía de la tecnología, de ciertas tecnologías. Todo fuera de eso es visto como antiguado e inútil.

El software como soporte y plataforma, la omnipresencia del Big Data, los recursos de la inteligencia artificial, el machine learning y los algoritmos que, orientados a satisfacer necesidades corporativas, solo alimentan la idea o el concepto de que cada ser humano es un entrenador de máquinas, un proveedor de datos, tanto conductuales como biométricos. Lo vemos en los conductores de Tesla cuyos modos de conducción e interacción son «espiados» por las cámaras del autos. Toda esa información terminará creando modelos de predicción en el superordenador Dojo, como ya se mencionó. Todas nuestras búsquedas en Google y preferencias de YouTube estarán alimentando Alphabet Inc y su filial DeepMind, compañías de inteligencia artificial del gigante Google. La experiencia humana representa un software con valor en el mercado bursátil, es una nueva commodity, el mercado de futuros que de manera indirecta ya cotiza en Bolsa. Para The Economist «El recurso más valioso no es más el petróleo, sino los datos».

Natalia Zuazo considera Facebook como un gatekeeper, un filtrador o un guardián de las noticias. Las noticias pasan por una serie de tamices: directores, propietarios, editores, periodistas y anunciantes. No hay objetividad periodística, solo intereses variados. El fenómeno no es nuevo, la manipulación de la información ha existido siempre. Noam Chomsky nos ponía al tanto acerca de los distintos filtros sobre los que pasa ésta y la manera en que la misma condicionaba la imagen de la realidad. Internet nos demostró que los hechos no son tan importantes como la imagen que se tiene de ellos y que la realidad es un constructo relacionado con percepciones, como una elaboración especular o espectacular que tenemos del mundo. Los hechos pasan a segundo plano para darle cabida a los mecanismos de la posverdad y las noticias falsas. La posverdad parte de una serie de supuestos o predisposiciones, de representaciones de la realidad sobre la que es posible incidir a partir de fake news. Si el lenguaje es parte de la realidad y se asemeja a ella, basta con cambiar la narrativa. Corporaciones y políticos se basan en esta idea. La inteligencia artificial y sus mecanismos algorítmicos como PageRank, en el caso de Google y EdgeRank en el caso de Facebook —que hace que cada News Feed que vemos nos otorgue una visión confortable y feliz de la realidad—, separan a un grupo poblacional determinado a partir de sus perfiles y preferencias, y los bombardea con noticias o con tendencias que reafirman sus creencias o terminan por convencer a los indecisos. Una forma de sesgo de confirmación que aplica a todos los seres humanos. La imagen del mundo esta permeada por procesos en donde una búsqueda por Google de algún tipo de información solo nos arroja la información necesaria, adecuada y conforme con nuestras creencias, gustos, personalidad y posición en la pirámide social. La imagen de la realidad no es necesariamente la verdad sino  un traje a la medida de nuestros deseos y aspiraciones. Para Sean Parker, Facebook «está diseñado para explotar las vulnerabilidades de la psicología humana» y para «conseguir un feedback de validación social». 

Tal vez en el futuro solo necesitaremos pensar o desear algo en nuestro interior para que las empresas de información lo sepan. Esto ya se vio venir desde que NeuraLink, la compañía de Elon Musk, pudo lograr que un macaco con un implante cerebral pudiera controlar un mecanismo de hardware externo, el juego de Pong, sin utilizar sus manos o el joystick, solo el pensamiento. Las implicaciones de esto son tremendas porque suponen que la inteligencia artificial y los macrodatos, a los que vemos como una entidad separada de nosotros, se convertirán en parte de nuestra interacción diaria sin que exista alguna separación física. La máquina y la conciencia humana formarán una sola entidad en donde no existirán demarcaciones claras. No habrá distinción entre conciencia y máquina. Después de todo, somos nosotros quienes determinamos la noción de humanidad y definimos cuál habrá de ser nuestra esencia. El libro de Natalia Zuazo hace otro tipo de propuestas en donde es posible aprovechar y capitalizar algunos de estos avances en la captación y procesamiento de datos que resulten menos invasivos y sin el abuso inherente propio de las grandes compañías. Es decir, usar la tecnología para el bien común sin ese margen tan escandaloso de desigualdad que solo contribuye a que una minoría se beneficie de este auge. En suma, que la tecnología pueda trabajar para devolverle el poder a las distintas colectividades.

 

 

lunes, 14 de junio de 2021

De laberintos burocráticos


Es posible que ustedes recuerden esta escena: un mexicano de origen chino, de profesión empresario farmacéutico y de nombre Zhenli Ye Gon en una ceremonia oficiada por el presidente Vicente Fox, recibe un pasaporte mexicano. En esa ceremonia de mexicanos naturalizados estaban los nuevos ciudadanos: profesionistas, empresarios, gente con un bagaje cultural importante. El punto medular de esta crónica es este: Zhenli Ye Gon, un presunto blanqueador de dinero y presunto narcotraficante de metanfetamina tiene un pasaporte mexicano. Yo no. Y decirlo parecería un ejercicio de resentimiento o envidia. Podría ser. ¿Por qué no? Tener un pasaporte es importante, sobre todo cuando hay necesidad de escapar del país. Pero ese no es mi caso. No me gusta viajar, pienso que es innecesario, pero ese documento, la posibilidad de tenerlo me daba la idea de que era posible el orden y el equilibrio en mi vida. Pensaba en la belleza de sus trazos, en sus elementos de seguridad, en la calidad y el grosor de su papel; las marcas de agua, sus relieves, sus motivos y decorados. Hay cierta belleza en ese documento. En mi caso, quise poner a prueba el sistema teniendo esa certificación, y fui derrotado por el sistema. 

        Así como existe la inteligencia matemática o la inteligencia verbal, debe haber algo llamado «inteligencia burocrática». Cierta cualidad empírica de sortear los aspectos engorrosos del trámite oficinesco sin sucumbir a la inmovilidad y la ansiedad: la recolección de firmas, el formato que se llena con letra de molde y con información actualizada. Porque eso sí, ha de llenarse con tinta negra o azul y de preferencia negra con un bolígrafo. Sí señor, así está escrito en la ley. Debe existir un talento especial para no sentir ansiedad ante las dilaciones inesperadas que lo posponen todo, porque lo que deseamos es para otro día. No este. Otro, siempre otro, como el deseo que no se cumple y construye cercos invisibles alrededor de nosotros. La cárcel del presente en donde como siempre, esperamos pacientes, angustiados, indignados, desesperados, resignados, decepcionados. Yo le recomendaría que regresara mañana, escucharía una y otra vez frases parecidas a lo largo de este proceso.

        Mañana, siempre mañana. Sucesión de días siempre interrumpidos por los fines de semana cuando no son horas de oficina y hay que esperar al día siguiente, cuando por fin llegue el lunes, siempre que no sea día feriado porque esos días, usted bien lo sabe no se trabaja. Gracias a Dios. La burocracia y sus laberintos forman una urgencia pospuesta que se perpetúa y nos carcome las ansias, como la lepra de una espera que nos convierte en zombis de las filas de los bancos, los centros de atención ciudadana, las oficinas de finanzas, del seguro social, de relaciones exteriores. Los tramites burocracias representan la medida de nuestra paciencia, ponen a prueba nuestra tolerancia a la frustración. Son en suma, la prueba máxima de nuestra templanza. Si usted es un adolescente caprichoso, no intente sortear las embestidas de un «no» burocrático. Hay una pared de granito que se formará para detenerlo a usted y a sus sueños: la adquisición en cómodos pagos eternos de una pequeñísima nueva casa de setenta metros cuadrados, los trámites de un matrimonio que se engrosan conforme presentamos documentación y nos dicen que tiene usted que presentar una constancia de residencia expedida por alguna autoridad municipal, eso en el caso de que uno sea vecino de lugar o bien, una constancia de no residencia en el que caso de que usted no sea vecino de la localidad. 

        Mis problemas con la burocracia mexicana vienen de mucho tiempo atrás. Todo empieza con el acta de nacimiento de mi madre, si nos remontamos hasta ese punto: el nombre de pila con el que siempre se llamó nunca correspondió al nombre que tenía registrado en libros allá en su natal Morelia. Así que, al nacer yo, decide registrarme con un nombre distinto al legal. Tiempo después, ella decide sacar una copia certificada de su acta de nacimiento para descubrir que toda su vida había vivido en el engañó: su verdadero nombre era Melania y no Eulalia, como sus padres le hicieron creer toda su vida. Tú eres «Ulalia», como tu abuela y no digas que no porque así te llamas. Bueno, Eulalia, como sea. Así, de buenas a primeras me encuentro con que en mi acta de nacimiento se afirma que yo soy hijo de una tal Eulalia, que es como decía llamarse. Es que así siempre me llamaron, hijo. Eulalia o Lalita que para el caso es lo mismo. Que doña Lalita esto, que doña Lalita lo otro. 


        Pero esto apenas empieza, como si el laberinto burocrático al que me he sometido fuera una eterna piedra de Sísifo. Me gustaría que ese fuera el único contratiempo de mi documentación legal. Resulta que cuando éramos niños, al ser mi madre soltera, decidió registrarnos con sus propios apellidos: Maldonado Rivera. Así pasaron diez años desde el momento de mi nacimiento. Para cualquier efecto, boletas de calificaciones, registro en escuelas, siempre fui un Maldonado Rivera. Tiempo después, cuando murió mi padre, pasaría a llamarme Vázquez Maldonado, por la voluntad y los buenos oficios de mi familia paterna. Pero hubo un problema grave: resulta que mis parientes jamás se tomaron la molestia de registrarnos en el libro de actas de la municipalidad. Un conocido, amigo del juez y de la autoridad solo sacó los documentos y los llenó con nuestros datos, sin preguntar, sin pedir más referencia que la palabra de uno de mis tíos, quien pudo haberle untado la mano al juez para acelerar el proceso. De esa forma, la pobre de mi madre, sin saber nada de trámites, termino con un acta de nacimiento nueva a mi nombre, pero apócrifa, llevando con esto la semilla de la destrucción. Con una nueva identidad regresaría a la escuela, haría toda clase de tramites sin darme cuenta que lo que llevaba en las manos era una acta de nacimiento más falsa que un billete de treinta pesos, un documento que no valía ni siquiera el papel en el que estaba impreso porque no sustentaba absolutamente nada. 

        Entonces cambia el siglo, ya nos estamos en el viejo siglo XX. Vamos rumbo al Y2K, el caos informático que se avecina, nos dicen los medios alarmistas. Luego, diez años después vienen los soportes digitalizados, las copias con firma electrónica y sus largos códigos, y más tarde, los códigos QR que se fotografían con un teléfono celular. Basados en la lógica de que estamos en el México rural y aquí no pasa nada porque todo se puede arreglar con buena voluntad y platicando con el licenciado para acelerar los trámites, nos encontramos que muchas cosas han cambiado. Me vi en la necesidad de obtener un acta de nacimiento nueva. En este país, para obtener un documento oficial, necesitas otro documento oficial y para éste, otro…y así sucesivamente. Las oficinas en todo el país requieren, para todo trámite, actas de nacimiento actualizadas. Porque usted sabe, es necesaria la certeza legal de que usted es usted, de que es mexicano y no salvadoreño. Me muestra su IFE —que así se llamaba el documento por aquel tiempo—por favor. ¿Está seguro que nació aquí? A ver, cánteme el himno nacional porque no le creo. Mire usted, el acta que tiene es muy vieja. Fue sacada en 1983, de eso ya llovió mucho. No joven, estas son las nuevas. Mire, tienen una marca de agua, el papel tiene relieve y es de color palo de rosa, además de que una serpiente rodea los contornos. ¿Verdad que es bonita? Y las más nuevas son copias digitales que usted puede solicitar por Internet, tienen un código QR y soporte digital en una base de datos. Tráiganos la nueva.  Vaya usted al municipio de San Juan Evangelista, a la oficina municipal donde tienen todos los registros.

        Me dejo ir al rancho, al citado San Juan Evangelista, un pueblo globero de lo más cutre, polvoso y deleznable en donde hace un calor infernal y la gente te habla como como si te conociera desde hace muchos años. ¡Ah, pariente!, te dicen en la calle. Así que me presento en la alcaldía donde están los empleados abanicándose. ¿Cómo se llama usted? Ah, sí. Ustedes de los Vázquez de por acá. Miré ahí va su tío don Fulano, y por allá su pariente don Mengano. Salúdelos pues, no sea paisano. ¿Para qué me dijo que venía? Vengo por mi acta, señorita.  Miré, vamos a buscarlo en los registros de 1983. Hacemos conjuntamente la citada búsqueda en libros para darme cuenta de que no estoy ahí y nunca estuve en esos registros. La copia del acta de nacimiento que tenía en la mano era un elaborado engaño, una farsa truculenta que me convertiría en un mexicano de segunda categoría. Dueño de una partida de nacimiento ficticia me regreso a Puebla tratando de deshacer el engaño que es mi propia vida en los registros burocráticos.

        Llego con las autoridades civiles poblanas quienes me preguntan que si tengo mi IFE y mi CURP. Bueno joven, es que usted nació en Veracruz y esos trámites se realizan allá, aunque si usted nos demuestra que no está registrado tiene que presentarnos una constancia de no existencia del acta en su ciudad de nacimiento, es decir, Córdoba. Tiene que ir allá y demostrarnos que no está registrado. Asimismo, debe que presentar una constancia de domicilio para demostrar que usted es un ciudadano avecindado en Puebla, o bien una partida de bautismo para indicarnos dónde recibió la comunión. Por fortuna sí la tengo y entonces digo para mis adentros: ¿Qué pasa si no soy católico? ¿Qué tal si soy judío, ateo o masón disoluto? ¿Les traigo un VHS con la ceremonia ritual de ordenamiento en la logia? Bueno joven, casi todos los mexicanos lo son. ¿No es usted casado? No, respondo. Convendría que nos presentara un acta de matrimonio. Ya le dije que no soy casado. Bueno, eso le ayudaría mucho. ¿Tiene título universitario? Pues no. ¿Cartilla liberada? Bueno, por azares del destino no pude presentarme a liberarla. La verdad ni siquiera supe si tenía que marchar o no, les aclaro. Para ese momento empiezo a pensar en la lógica de todo eso. Veamos: digo que soy de Córdoba y, ¿tengo que presentar una constancia de que no soy de ahí? ¿Si dijera que soy de otra ciudad aplicaría el mismo requisito? ¿Qué caso tiene demostrar eso? ¿No sería mejor presentar una «constancia de no existencia» de todos los municipios del país? ¿Cómo saben que no les estoy mintiendo y nací en Nicaragua? ¿Solo porque presento un documento de que no estoy registrado en Córdoba? Absurdo. Continúa la batería de preguntas. ¿Tiene usted hermanos, medios hermanos? ¿No tiene usted hijos? A todo respondo que no. Las cosas se complican más porque me piden que el acta de bautismo deber tener la validación de un notario público de la zona. Definitivamente joven, tiene usted que regresar a Veracruz. Señor, pero ellos me mandaron con ustedes, me dijeron que era acá. Mire, acá entre nos, solo podríamos ayudarlo si usted fuera de la tercera edad. Para este tipo de casos tenemos un programa que acelera los trámites. ¿Está usted seguro de que es mexicano? En ese momento apreté los dientes para no decir una leperada o darle un chingadazo al citado funcionario. Por cierto: nunca le digan a un mexicano que no es mexicano. Sí, lo sé, la nacionalidad es un mito, un constructo social. ¿Pero qué quieren? Yo me encargo de mis mitos, ustedes, de los suyos. Decirle a un mexicano que no lo es, representa una pésima idea. No lo hagan.


        Los trámites con esa acta apócrifa me condujeron de ida y vuelta a Xalapa, donde un licenciado, funcionario del registro civil me ayudó a obtener un acta extemporánea, mucha más actual, con la desventaja de que estaba incompleta y no mencionaba los nombres de mis padres y abuelos. Bueno, pensé, peor es nada. Ahí estaba el documento. Pero mis problemas con la identidad no terminaron ahí. Al momento de querer obtener un pasaporte comenzó otra ordalía, otros trámites y suspicacias. A ver, déjeme ver los papeles que trae. Usted se registró ya muy tarde. Ese certificado de primaria que me presenta está muy desfasado del año del registro extemporáneo. ¿Tiene hermanos? ¿Es casado? ¿Tiene hijos? Algunos de ustedes y yo sabemos que la respuesta es no. Convendría, esa sería la respuesta de la funcionaria de la Secretaria de Relaciones Exteriores. Veamos, su carta de pasante solo es a nivel técnico, podría funcionar una de nivel licenciatura. ¿Por qué no liberó su cartilla? Querer obtener un pasaporte no solo fue un proceso engorroso que me hizo perder casi todo el día, también fue un pésimo negocio: tuve que pagar por los derechos del citado documento para no obtener nada. Ahora que lo pienso debí gastarme el dinero en otra cosa. 

        Tal vez sobrestimo el pasaporte, tal vez solo sea un documento innecesario para mí y solo quiero tener uno por mis afanes de controlarlo todo. Ya que los mexicanos nacemos donde se nos da la gana, la próxima vez que necesite con urgencia este documento me voy a asegurar de nacer en China, ser empresario y naturalizarme mexicano, blanquear dinero y llamarme Zhenli Ye Gon. Podría funcionar. Aunque pensándolo bien, ¿quién demonios necesita viajar?



miércoles, 2 de junio de 2021

Un feo lugar llamado Knockemstiff


Existen, para desgracia del género humano, sitios como vertederos u hondonadas, lugares como basureros en una constelación de casuchas en el camino formando infames villages como Knockenstiff, Ohio. Se trata de monumentos de olvido oxidado conformando aparcaderos de trailers en medio del frío del bosque circundante. Sitios que reciben la escoria de las otras ciudades. Refugio de marginales de toda laya. Hagamos un viaje, y en este hipotético viaje vamos a aparcar el auto y ver qué sucede: tal vez, detrás de los arbustos escuchemos los gritos de alguna mujer recibiendo una paliza dentro de algún motorhome. Luego, el ruido de sirena de alguna patrulla que con mucha cautela se acerca a aquel lugar maldito. Lo normal es sentir miedo de estar ahí. Nadie quiere saber de sitios así. ¿Para qué? Ya tenemos suficiente con nuestra miseria personal y cotidiana.

El boom del crecimiento económico y la abundancia de riqueza no fue un sueño que pudiéramos compartir todos. Algo resultó sobrante como un rescoldo, una resaca de nuestras relucientes ciudades que no pudo ser asimilada en el nuevo orden, el indeseable subproducto social cuya utilidad es mínima. Ya no hablamos de la medianía quintaesenciada e ingenua de los suburbios en décadas pasadas durante el siglo vigésimo con sus amas de casa blancas y relucientes, rozagantes y colocadas de anfetamina para soportar la dura friega y la infidelidad de sus consortes machistas y maltratadores; o bien, la visión comercial de esas familias perfectas y de sonrisa fácil comprando electrodomésticos Sunbeam o Sinclair. Algo se trastornó para convertir la ensoñación idílica y mediocre y los reductos de inocencia en pesadillas inevitables que se repiten en cada villa olvidada. Algo se jodió en la América Profunda, o tal vez ya estaba jodido desde el inicio, pero ahora es peor porque solo vemos desolación por todas partes. La realidad es fea y cochambrosa y hay algo de contemplación fascinada en la atención que reciben esta clase de comunidades. 

Lugares como Knockemstiff despiertan el morbo. Quizá lo sepan aquellos youtubers que hacen exploración urbana y se arriesgan a una golpiza de parte de los moradores de esos basureros olvidados de la asistencia social y las ayudas sanitarias. La visión será contra idílica o no será: estos sitios se ubican a la orilla de las carreteras interestatales en donde lo primero que vemos es una gasolinería atendida por un sucio encargado que habla un lenguaje críptico y entre murmuraciones nos dice que llegamos al maldito sitio equivocado. La atmósfera opresiva de estos no-lugares es la pesadilla de los newcomers citadinos que llegan a un sitio casi despoblado y reciben de los moradores solo frases hostiles. De esa marginalidad surgen las leyendas urbanas.

Me viene a la mente otra comunidad gringa, Oniontown, en el estado de Nueva York. Al estar ahí, lo primero que observará el visitante será una zona de guerra con hogares destartalados, las huellas del herrumbe en los jardines descuidados y basura por todas partes: un pequeño caballo de plástico entre la maleza; un tiovivo oxidado que se quedó ahí, viendo pasar la eternidad; bodegas que se convirtieron en picaderos de heroinómanos; pastizales creciendo desordenadamente por encima de todo; mujeres gordas y en bata a quienes no les avergüenza quitarse la dentadura postiza enfrente de todos; tipejos con costras en los labios, dientes podridos y llagas en la cara producto de su afición al meth. Pueblo de zombis, Oniontown se convirtió en el hazmerreír de las redes sociales o los canales de YouTube. Los habitantes, como respuesta, se hunden más en su mutismo, su hermetismo. Otros exploradores llevan cámaras para captar la desgracia y mostrar al mundo la cara de la pesadilla en pleno siglo XXI, tan correcto políticamente, tan hipócrita, tan igualitario, tan hipercomunicado. Vaya, tan cercanos a Marte y a la vacuna contra el SIDA. Y en esta pesadilla de casas desvencijadas y trailers oxidados veremos a alguno que otro habitante en medio de la malilla o síndrome abstinencia gritar enloquecido o arrojar objetos a los visitantes. La barbarie pura y dura.

Donald Ray Pollock, en su serie de cuentos Knockemstiff (2008) se revela como experto en descubrir cualquier nota discordante en la actitud humana, logra convertir esos citados lugares y eventos lumpen en algo que pueda acercarse a la gran literatura.  Se trata de historias de red necks, manifestaciones de realismo sucio, una poética de lo indecible y marginado. Ahí está la oscuridad social de un Steinbeck, sus mice and men que retrataba invocando el pesimismo y la imposibilidad de la justicia porque ésta nunca llega para los excluidos del sistema y que son siempre los más golpeados en cada crisis cíclica del capitalismo tardío. Los personajes de Pollock, esos individuos infames, se sujetan al estereotipo del estadounidense resentido y victimizado por el sistema: creyentes en ovnis y teorías conspirativas, antivaxers, votantes de Trump, gentuza que solo espera el cheque de la incapacidad, los bonos de despensa y las posibles ayudas gubernamentales. Toda clase de outsiders que no pasarían ni siquiera el primer filtro en una entrevista de trabajo. Excluidos e impresentables, esos palurdos y subnormales deambulan por la calle en espera del próximo chute, o el siguiente pasón de anfetamina. Alcoholizados y bestializados golpean a sus mujeres e hijos mientras que los hijos, a su vez, golpean y violan a sus hermanos y hermanas pequeñas. No hay ley, no hay piedad, no existe un asomo de decencia o intención de dignidad. La inercia del fracaso personal y social lo dominará todo y se extenderá como una plaga pudriendo todo lo que toca, como en una alquimia inversa. En ese enclave no es posible moverse. Una vez que entras, vas a posponer el viaje de regreso. Hay un hechizo en los cuentos de Pollock, una invitación a adentrarnos a dicho pueblo sin importar que se trate de un agujero apestado y agusanado, perdido entre ciudades cosmopolitas que no dan un cacahuate por esa villa de perros, pueblo de degenerados y adictos cuyas vidas merecen ser filmadas por el más infame de los realizadores: Lars von Trier.

Lugares así conforman el patio trasero del American dream y son un reducto que muestra la pesadilla física de los excesos del capitalismo neoliberal, individualista y despiadado. No mercy. That’s the way.  En algún lugar habrá que colocar la white trash que se quedó sin hogar, viviendo al día y con lo que vaya saliendo para ir tirando poco a poco, sin trabajo o cualquier medio de subsistencia. En lugares como Knockemstiff, abundan las drogas: las anfetas que consumen las enfermeras del hospital de veteranos para aguantar las duras jornadas; el crack, es decir, la cocaína de los pobres, esos jodidos fumetas que se dan el subidón instantáneo a la estratósfera para luego descender a la cruda realidad sintiéndose como un costal de desperdicios radioactivos; la oxicodona, que es como un cohete Saturno que te eleva por los aires; la fase de opiáceos como el Demerol, surtido ilegalmente por algún farmacéutico para los desgraciados que se jodieron la espalda para siempre trabajando en alguna fábrica o armadora de autos; la PCP o polvo de ángel que los alucina con sus efectos neurotóxicos; el syrup o el lean, el Deca, ese el esteroide ilegal para ponerse vigoréxicos y proclives al infarto, etcétera.

Los cuentos de Pollock no dan licencia al cachondeo sentimentaloide ni dejan entrar a los recursos embecelledores del habla. Todo es crudo, directo, visceral. Por poner ejemplos, en las páginas de su libro somos testigos de un padre que pincha a su hijo con esteroides y lo somete a una rutina extrema para participar en un concurso de fisicoculturismo. O bien, se narra el abuso sexual de una niña por parte de su hermano. Personajes que venden sus fluidos corporales porque el dinero de la asistencia social ya no alcanza. Obreros en lugares infames haciendo labores que les intoxican la piel, les exponen a sustancias cancerígenas y les joden los pulmones o los incapacitan de por vida. Mujeres que ahorran toda su vida para enviar algún hijo a la universidad y darle una ventaja mínima en un mundo despiadado. Los personajes de Pollock son conmovedores por su capacidad de denigrarse, por su tendencia a la caída, porque su realidad nos incomoda y nos sofoca. Cada personaje y cada uno de sus actos forman eslabones de una cadena de eventos en donde inevitablemente algo va a salir mal. Los eventos y personalidades de las historias se antojan creíbles y posibles. No hay que esperar optimismo en Pollock. Hay un eje permanente que sostiene esa serie de cuentos: las múltiples formas en que los personajes nos decepcionan. No esperemos higiene y confort. Nadie gana nada en Knockemstiff y no hay manera de salir de ahí.

Pollock fue un escritor tardío, publicó su primera novela a los cincuenta años. Pasó buena parte de su vida trabajando en una fábrica de papel, lo cual nos induce a pensar que su literatura es algo más que el acercamiento de un turista curioso y pequeño burgués queriendo conocer la América Profunda. Su visión del entorno, que refleja en obras como El diablo a todas horas (2011) y El banquete celestial (2016) se presume valiosa dado el origen del autor, quien ha sido definido a veces como un auténtico working class hero que conoce de primera mano los ambientes lumpen. Algunos críticos hablan de su honestidad y el oído para captar las minucias del lenguaje y la jerga de los personajes que retrata. La obra de Pollock no es para romantizar sino para sacudirse. No esperemos ver a ganadores satisfechos y optimistas en esta obra. Pensemos en ella como el espejo social de una pesadilla que existe, que se manifiesta en ciertos lugares. Esta épica del fracaso nos va a molestar un poco, sufriremos su pesimismo y la ausencia de alternativas a la destrucción y la decadencia, pero ya conocemos una de las funciones que debe tener la literatura: incomodar siempre, incomodar a toda costa.

 

domingo, 30 de mayo de 2021

¿No tendrá Coquita, please?



A todos nos gusta Coca, el refresco de la ola. Se ha quedado en nuestra cabeza como una recurrencia producto de años y años de bombardeo publicitario el siguiente jingle: Si quieres ver el mundo disfrutar y llenarlo de amor. O bien, este eslogan: Comparte Coca-cola y una sonrisa. La bebida ya viene con toda la algarabía publicitaria burbujeante y taimada capaz de convencerte de que realmente necesitas Coca en tu vida. No importa que sus enjundiosos y generosos niveles del barato e infame jarabe de fructuosa hagan que tu páncreas trabaje horas extras generando insulina para absorber los extraordinarios niveles de glucosa que pondrán a tu cuerpo a volar, o el exceso de calorías y carbohidratos que se convertirán tarde o temprano en grasa acumulada en el abdomen. Tarde o temprano, la Coca te pondrá panzón y viejo, y si te enfermas: flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones, como dice la canción, ya que de seguro te va a dar anemia y luego vas a estirar la pata; y si tomas Coca Light, olvídalo, te va a dar mal del Alzheimer pero nunca se te olvidará tomar Coca porque se convertirá en un hábito, y también morirás; o bien, terminarás con intolerancia a la glucosa y con tu organismo listo para entrar en fase de diabetes mellitus, y también vas a colgar los tenis. Coca te va a corroer por dentro porque tiene ácido fosfórico, te va a destruir poco a poco y no te vas a dar cuenta. También te va a dañar el esmalte de los dientes y se te pondrán amarillos y sarrosos. Lo cierto es que Coca te va a deteriorar de una manera gradual, lenta. Reafirmarás tu felicidad en aquello que te va aniquilando. Definitivo, será una dulce muerte. Te veremos en las filas del Seguro Social teniendo que departir y compartir la incómoda sala de espera con señoras gordas que se pasan la Metformina con tragos de, ¿adivinen qué? Así es, la omnipresente, necesaria y nunca suficientemente ponderada Coca. 

Todo esto que acabo de mencionar es trivial para quien tiene el hábito. Tenía un amigo que siempre compraba su presentación de dos litros para ir tomando tragos a lo largo del día. Le preguntaba con preocupación: «¿No has pensado que a la larga te va a hacer daño?», me respondía que «de algo se tiene uno que morir». Coca es la bebida favorita de casi todos, sin importar extracción social. La tomaba Cristina Onassis, la hija millonaria del famoso naviero Aristóteles Onassis. Se dice que la bebida contribuyó a deteriorar la salud de la heredera en sus últimos días. Cristina Onassis llevó su adicción a esta bebida al nivel de tomar varios litros a lo largo del día. Coca es la bebida favorita de los albañiles quienes, en sus ratos de ocio cuando el arqui está ausente y nadie supervisa la construcción, se sientan a departir sus respectivas memelas de salsa de verde o roja —o su correspondiente torta de queso de puerco— con el maistro mientras cuentas sus anécdotas, ríen, esculpen los sueños de su desbordada imaginación entre trago y trago de su respectiva gaseosa. Coca siempre es la primera opción, habrá momentos en los que tendrán que comprar Big Cola porque rinde más y es más bara bara. Supe de alguien que se compraba rejas para tenerlas guardadas debajo de la cama. En la mayoría de las comunidades, en donde no llega la electricidad, el teléfono o las conexiones wifi siempre veremos que existe la Coca-cola. Las madres de familia, en vez de comprar leche para sus hijos, compran Coca, es más barata aunque con un nivel nutricional de cero. 

Coca es tan necesaria para nosotros los mexicanos como los tacos de suadero, de buche, nana y nenepil. Pregúntale a le señora si tiene Coca. Los de seso, con su cilantro y cebolla picada en tabla. Me gusta más la Coca de vidrio, como que le da un sabor especial. Los de carnitas estilo Michoacán. Le voy a agarrar una Coca, ¿no tendrá un destapador? Gracias. Los de tripa dorada o de cueritos de cerdos, grasientos a tal punto que se siente pegajosos en la lengua y el paladar mientras los masticas. Vete a la tienda por una Coca, nomás no te tardes. Los tacos árabes con su salsita de tamarindo o de chipotle. Con su Coca, por favor, bien helodia. Los de machitos o tripa de buey con su chile habanero o pico de gallo. Oiga, ¿me pasa una Coca de seiscientos mililitros del refri? Los de canasta o sudados que alivianan el hambre de nuestras horas-Godínez. Señito, ¿no tendrá Coca de lata, please? Los de canasta de chicharrón prensado, please, que vende don Jimmy afuera de la oficina, con su salsita verde o roja. ¿Oiga, no tendrá Coquita? Los de asada de res con su respectivo guacamole pirata y su cebollita morada picada bien finita. ¿Me sirve algo de tomar? De preferencia Coca. La comida mexicana pretexta su bebida edulcorada y dañina, la indispensable Coca. Alimentos terrenales que parecen invocar telepáticamente el elixir burbujeante y carbonatado que devuelve el alma al cuerpo. 

Y es que su regusto picante de dióxido de carbono y extraordinario sabor a caustica nuez moscada y de cola han conquistado la humanidad. Después de todo, la vida se origina a partir de enlaces de carbono cada vez más complejos, y Coca-cola es una bebida de carbón líquido. Por eso le llaman la chispa de que el endulza el caldo primigenio de la vida en la tierra. Coca-cola es tan importante que ha sido considerada como recurso estratégico en épocas de guerra para elevar la moral de las tropas y también, como señal civilizatoria que trae aparejada la existencia de los neveras, los cubos de hielo y la bien amada cultura popular hecha de frases, de formas de vestir, de poses, de actitudes, de iconos de toda clase. La Coca es tan útil al mismo tiempo y tan devastadora en nuestras vidas que algunos estudiosos y expertos en prospectiva y futuristas financiados por la fundación Rockefeller, Guggenheim y anexas ---que de seguro también son accionistas de Coca-cola--- creen que nos acompañará hasta el día en que el ser humano se convierta en una especie interplanetaria, tal y como quiere Elon Musk, quien de seguro también se toma su Cocota de dos litros comprada en la miscelánea de esquina. 

Es un hecho que la bebida se venderá en Marte para la calors, con sus respectivos popotes y latas que dejarán el paisaje marciano hecho un chiquero tal y como en estos lares. Claro que, la Coca marciana estará adaptada para su ligera atmósfera y sus cambios de temperatura tan brutales. Habrá Coca en las lunas de Júpiter y Saturno. Desde luego, también en los exoplanetas. Los directivos de Coca-Coca en su sede de Atlanta, Georgia —donde tienen la fórmula de la bebida a siete candados para que los de Pepsi y Red Cola no se la apañen— afirman que ya trabajan en nuevas y excitantes presentaciones como la Coca sabor a hierro fundido para los paladares de los audaces habitantes de ciertos sistemas planetarios; o bien, la Coca con regusto a metano líquido para esos exploradores que no se conforman con los aburridos sabores ordinarios de siempre; o la Coca sabor tormenta de ácido sulfúrico, para aquellos en lugares en donde se tercie y se antoje tan exótico sabor, ahí se le augura un éxito tremendo; y no olvidemos el tan esperado sabor arena de silicio incandescente que tomaremos mientras disfrutamos de un huracán de vidrio y que de seguro, arrollará a la competencia como un torbellino.

Todo parece indicar que seguiremos eructando CO2 mientras vamos de aquí para allá por el universo. Pero no especulemos. Vamos a conformarnos con nuestra respectiva bebida de carbono líquido. Coca-cola es tan necesaria y tan destructiva para la humanidad que, directivos de la Universidad de Buffalo, Nuevo York, han considerado abrir una cátedra para su estudio y su impacto antropológico, ambiental, sociológico, político, económico. Asimismo, su repercusión en la novela, el cine, el comic, la cultura popular. La importancia de Coca Cola trasciende los social. ¿Cuál es la primera palabra que aprenden a decir los infantes? Pues, «Coca». De esa forma, las madres llenan el respectivo biberón de tan preciado líquido, creando un hábito que a la larga, pudrirá sus dientes de leche. La Coca puede usarse en para edulcorar platillos, para quitar el óxido a las herramientas, para remover goma de mascar de la ropa o del calzado, para equilibrar la presión arterial. También, como sustituto del hidrogel para las plantas o quitamanchas en la ropa. Puede aplicarse con una brocha en los llantas de los vehículos, lo que les dejará una pátina reluciente que hará que se vean como nuevos. Sirve para aflojar tornillos, como limpiador para ollas y sartenes. Se usa para limpiar el inodoro, para aliviar el dolor por picaduras de insectos. No cabe duda, que Coca es la chispa de la vida y que la tendremos en nuestra vida por cientos de años más. Salud a todos. O quizá debería decir: Buuurrppppp raaaaapppppppppaghhh.