El mar, el mar. Una novela oceánica de Iris Murdoch
Por Noé Vázquez
Charles Arrowby es un actor y director teatral que ha decidido dejar las tablas, los escenarios y la fama para refugiarse en una casa rústica en cierto lugar en la playa en la costa de Shruff End. En su vida como ermitaño los recuerdos lo acosan pero está decidido a encontrar la serenidad y la paz mental acompañado del compás de las aguas oceánicas, su brillo y sus colores cambiantes a lo largo del día, el sol en su nacimiento y declinar en ciertos crepúsculos que acompañan a nuestro personaje en sus caminatas diarias por la playa. Charles quiere que su vida se vuelva contemplativa, tal vez disfrutar de los placeres sencillos como la pesca, cocinar alguno de sus platillos de cuatro minutos, degustar algún buen vino en la paz de esta zona alejada, nadar desnudo en esos atardeceres solitarios, dar unos paseos por el hotel cercano, pasar al bar y saludar a los parroquianos que invariablemente lo ven como un extraño y con frecuencia se burlan de él.
Charles poco a poco descubre que tal aislamiento resulta cada vez más difícil ya que en esas zonas apartadas el chismorreo es constante y más si se trata de una figura televisiva y una celebridad como lo es él. Los pensamientos de Charles son retrospectivos, ha llegado a una edad en la que se pueda hacer un balance acerca de una vida vivida: lo acompaña el recuerdo de sus padres y su negativa a que él se convirtiera en actor, la eterna rivalidad con uno de sus primos caracterizado por ser un joven de mucho talento, la grata memoria de su padre, un hombre bueno y trabajador que no tenía conflictos con nadie y el perenne recuerdo de su primer amor: Mary Hartley quien era su compañera de aula y con quien hacía paseos en bicicleta, los recuerdos de un paraíso perdido.
Al hacer una recapitulación de su vida Charles recuerda a las mujeres que ha abandonado o lo han abandonado como Clement, Lizzie y Rosina. Charles conserva el recuerdo de su primer amor, Hartley, como él la llama y piensa que es la única mujer a quien realmente ha querido, sueña con frecuencia con ella y espera volver a encontrarla algún día luego de que, hace varias décadas ella decidió dejarlo para desaparecer de la faz de la Tierra.
A este solitario refugio en la playa poco a poco van llegando ciertas visitas inesperadas, como Gilbert, un antiguo amigo gay quien ahora vive con Lizzie, o Rosina, una compañera actriz que resulta una mujer dominante que quiere compartir su vida con Charles, en este sitio es donde descubre con asombro lo cerca que puede estar volver a encontrarse con Hartley...
El mar, el mar es heredera del ritmo proustiano donde ciertas imágenes provocan la iluminación en mente del narrador y se agolpa el espesor del recuerdo donde éste nos lleva a la recapitulación y a la reflexión. Nuestras propias vidas ya son fuente de sabiduría y pasado cierto tiempo nuestras experiencias se antojan océnicas. Cada hombre habita sus recuerdos como un edificio donde la memoria tiene atajos, escondrijos, sinuosidades, que nos hacen beber de la fuente de una experiencia revelada nuevamente, una agua ya bebida que por momentos se antoja nueva. Charles Arrowby es víctima de las trampas de propia memoria, se agolpan en él los fantasmas de lo que no fue y pudo haber sido: un amor perdido para siempre, la insatisfacción de una vida, la búsqueda del retorno de una felicidad deseada. Al encontrarse con Hartley, Charles decide secuestrarla y la lleva a vivir a su casa sin darse cuenta que no puede forzar la voluntad de una mujer que ya no lo ama. Esto lo lleva a una aprendizaje tardío de ciertas verdades: hay que ver hacía adelante sin importar el trecho que nos quede y el peso terrible de nuestros recuerdos. La novela de Murdoch incluye sugestiones un tanto góticas y también ciertos elementos sobrenaturales que destacan sobre la tensión dramática de los personajes.
El mar es una metáfora, es la paz en su rumor nocturno de coros de gaviotas y bufidos de buques a lo lejos y es un agolparse de olas insistentes sobre la arena como un vaivén obsesivo, los temas recurrentes de nuestra memoria, nuestras obsesiones que ya no nos abandonan y una esperanza constante que nunca acaba de rendirse, que nunca pide tregua, como el mar castigando, de la noche al amanecer, las playas.
Etiquetas: Iris Murdoch
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