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El Blog de Noé Vázquez

martes, 17 de febrero de 2015

Gabriel García Márquez, historia de un deicidio.



Gabo con ojo morado, producto de una riña con Vargas Llosa. Fotografía: Rodrigo Moya
Por: Noé Vázquez.

Gabriel García Márquez, historia de un deicidio es una guía profusamente documentada de las motivaciones e influencias del escritor colombiano. Combina alternativamente la biografía del escritor con el análisis de su literatura a sabiendas que una no puede entenderse una sin la otra. Las múltiples “vidas” del escritor. Las distintas facetas de su literatura son analizadas de manera detallada sin dejar nada al azar. Concibo el libro como una guía de estudio para quien decida, más que disfrutar las obras del colombiano, adentrase mucho más en los influjos que definen la obra del escritor. Este documento escrito en forma de ensayo, de estudio literario y de anecdotario es una buena herramienta para el conocimiento de la vida de un escritor así como también el contexto histórico y social en el que se desenvuelven los personajes garciamarquianos.

Para Vargas Llosa, el deicida es el suplantador de Dios, aquel que subvierte el orden de la realidad para pasarlo al tamiz literario: por ambición totalizadora, por necesidad fabuladora, por intención transgresora, por necesidad de ficcionar. Este deicidio lo llevaría a incorporar a los hombres y sus fantasmas en una ficción que abarcaría la totalidad “en una sola representación verbal”. A través de su ensayo, Vargas Llosa analiza el sustento rabelesiano de la obra garciamarquiana y también las obras que parecen engendrar su producción literaria y nutrir con su influencia. Las referencias son variadas, tal y como lo distingue el autor: Orlando de Virginia Woolf, la saga Yoknapathawpha de William Faulkner, ese estilo periodístico tan trabajado que es propio de las obras de Ernest Hemingway, así mismo, le encuentra paralelismos con las novelas de caballería como El Amadís de Gaula. Como infancia es destino, tal y como se dice comúnmente, la de Gabriel García Márquez está marcada por el sino de ciertas historias cuya memoria lo acompañó por muchos años hasta verlas convertidas en gran literatura. El ensayo de Vargas Llosa abarca de manera muy detallada y rigurosa la niñez del autor en Aracataca, Colombia y su formación posterior como periodista. Esa niñez vuelve comprensibles las temáticas que abordaría tiempo después, así mismo, es el cimiento de toda una carrera literaria. La tradición de contar, profundamente imbricada en nosotros como especie encuentra en el escritor de genio su médium que transformará en arte esa conjunción entre el espíritu de una época, y hablo del momento históricos, junto con las pulsiones y motivaciones personales e individuales que forma el estilo de escribir, de narrar. La casa que García Márquez habita desde niño está poblada de fantasmas, no puede desplazarse de una habitación a otra porque teme que en alguna habitación intermedia pueda encontrarse con un aparecido, las historias de terror se le revuelven en la cabeza. Aún así es un paraíso perdido capaz de suministrarle las fórmulas poéticas que serán en el futuro parte de sus ficciones

La realidad del escritor colombiano vertida en este ensayo nos hace pensar en un niño que vivió un periodo de su vida en donde notaba a su alrededor toda clase de dichos e historias, el sustrato lingüístico y mitológico que hizo de él el escritor que llegamos a conocer. Un mundo de símbolos y de fantasmas que su imaginación se atrevió a nombrar y a recordar mucho tiempo después. La pulsión y rebeldía del escritor contra esa realidad que le había tocado vivir se despierta cuando regresa con su madre a Aracataca y las imágenes de su niñez vuelven como un aluvión de recuerdos, imágenes, visiones fantasmagóricas que demandan ser convertidas en literatura.

Existen ciertos ejemplos muy notorios de lo real-imaginario abordado por las obras de Gabriel García Márquez, por ejemplo, cuando el personaje de Úrsula Iguarán persigue un hilo de sangre que parece tener vida propia; o bien, notar la evolución de la vejez que convertirá a Úrsula en un personaje diminuto; e incluso, observar perplejos la ascensión de Remedios La Bella como si lo estuviéramos leyendo de una hagiografía. Todo ello es preferir los “imposible” sobre lo “improbable”. Sin la preponderancia del pensamiento mito-poético en nuestra vida diaria, la gran literatura, tal y como la conocemos, sencillamente no tendría cabida. El libro de Vargas Llosa nos permite tener atisbos de la vida de García Márquez, una infancia colmada de seres imaginarios, de mitologías sociales y personales, de una visión fantasmagórica del mundo que le rodeaba; además, por si fuera poco, de una familia sui generis caracterizada por dichos y hechos no precisamente ordinarios. Es del todos conocida aquella anécdota en donde el García Márquez niño observa a una de sus tías confeccionando su propia mortaja a la espera de su muerte y ver la manera en que esta tía cumple su promesa de morir en la fecha prevista y con la misma mortaja que había estado elaborando. Otro aspecto que el autor absorbió fue la forma de hablar cotidiana de su abuela, hecha de aforismos singulares. Ese anecdotario de su niñez formaría el sustrato lingüístico de un escritor singular.


Visto como un deicida, como un hombre que se rebela contra el creador y la creación del mundo conocido, García Márquez rompe con lo real, su combate es contra la estructura formal de los hechos, contra esa lógica convencional que tienen. Le gusta soñar con eventos que si bien, tienen un origen “real” o una fuente histórica (la United Fruit, las guerras entre liberales y conservadores, las constantes migraciones de su familia); su propósito al novelar es crear una realidad alterna que rivalice con la realidad formal, una ficción que transmute el infierno de la realidad colombiana y la latinoamericana con sus dictadores, la invasión de empresas transnacionales, la explosión demográfica, la inflación galopante, la corrupción constante; todo ello convertido en una serie de narraciones que vuelven vital, celebratoria y hasta carnavalesca la visión de un país o de una sociedad. La literatura del boom representada por José Donoso, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Carlos Fuentes, José Lezama Lima, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, entre otros, buscó siempre tener un compromiso con una realidad que abrumaba con su complejidad. Su literatura muchas veces tuvo una visión un tanto barroca y exhuberante, con pretensiones totalizadoras. Los escritores del boom no parecían apartarse de la realidad en la que se desenvolvían, querían explicarla a través del recurso de lo imaginario. Lo vemos en libros como Conversación en la catedral, una novela ambiciosa que pretende explicar el fenómeno de la peruanidad, si es que la hay, una manera de poner las cartas sobre la mesa para indagar en la pregunta fundamental sobre la identidad de su país, quiere responder "¿En qué momento vino a joderse Perú?", pregunta necesaria que también llegó a compartir Carlos Fuentes, en caso de México, con novelas como La región más transparente o La muerte de Artemio Cruz.

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