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El Blog de Noé Vázquez

sábado, 11 de enero de 2014

Surfeando olas altas



Por: Noé Vázquez

A veces la música era una puerta interdimensional que llevaba a una tarde con nubarrones en un cielo que acababa de ser soleado. Tú nunca supiste que siempre hubo y habrá una estampida de muchachos que habrán barajado una tarde las olas con sus esperanzas adolescentes, con su inocencia burda pero llena de vitalidad. Estos muchachos que esperaban en esos bucles azules la espuma acumulada de tantos veranos, esas olas con su ruido de fondo, ruido de multitudes felices y burbujeantes, de gaseosas que refrescan la tarde. A veces tu memoria te entrega el ruido del oleaje como la música de los días festivos que te hubiera gustado que fueran interminables; estos alumnos de la playa incluyendo a ti, no conocerán la dimensión de sus momentos cotidianos hasta muy pasados los años. Pensarás, en ese lejano futuro que se acabaron las olas y que ya nadie tiene autos tuneados, que todo fue un cuento de juventud, una imprudencia bien intencionada como quien, en un acto de catarsis decide romper una guitarra en medio del escenario. Pensarás las letras de alguna canción lejana. Sabrás, ya muy entrados los años, que la cúpula del cielo es una catedral que la tarde llena de pájaros. Los muchachos de la playa tienen un himno de voces angelicales, sonríen, es verano, la tarde es linda y soleada, y las muchachas sonríen también, siempre fue así, ¿lo sabes verdad?. Hasta el Altísimo fue alguna vez adolescente, de no ser así, como explicar las olas, sí, las olas, ¿no te parece que son un carrusel gratuito y automático?. Como explicar las playas sino como larguísimos senderos entregados a nosotros para pasar la tarde luego de nuestras obligaciones cotidianas. Ves lo descomunal del mar pero no te sientes abrumado, sabes lo diminuto que eres pero no te sientes disminuido por nada. Eres humilde porque aquello que el cinismo del mundo te había enseñado estás a punto de olvidarlo una vez más, entregado al estribillo de alguna canción, sí, una canción lejana que sólo tu recuerdas, la muletilla sonora de algún verano cuando tus amigos y tú cantaban alrededor de una fogata. Las obligaciones del mundo te sacarán de ahí, lo sé, la guerra, los empleos bien remunerados, las presiones sociales. Apuesto a que te hubieras quedado con los chicos de la playa.

"¿Duermes ya hermando Juan?" nos decía la letra de la intraducible y complicada Surf´s up de los Beach Boys. El tema de Van Dyke Parks y Brian Wilson se parece en su belleza misteriosa a la misma naturaleza, subyuga con su misterio, con su lenguaje críptico que parece decir que los símbolos son abiertos para quien quiera interpretarlos y cerrados para quien quiera ignorarlos. La ensalada de secretos que ofrece el mundo es una canción que abruma por su belleza y sencillez: no propone una respuesta sino que vuelve a enunciar un misterio que debe agobiarnos. Todo lo que la música toca lo vuelve sagrado y las más grandes verdades no se expresan en lenguajes convencionales, cotidianos: se sienten en la epidermis y dejan entrever ese "otro mundo" fuera de nuestra dimensión que palpita tras el misterio de las tardes en la playa. Música vocal que entreabre fugazmente las puertas de algo cuyo secreto no nombramos, versos que hablan de lámparas tenues que nos despiertan; de una inocencia que lejos de ignorar, enseña; del niño que se vuelve padre del hombre; una canción que parece decir "únete a nosotros, deja de ser cínico, vuelve a ser joven"... Ha subido la pleamar, la tarde quiere dar paso a la noche y todos se han retirado, hay botellas vacías en el suelo y las cenizas de una fogata pero el estribillo que escuchas, ese no se cansa.

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