Divagaciones en torno a El Aleph
Como la mayoría, he temido perder las cosas valiosas que forman nuestra vida, entre otras cosas, mi memoria. La muerte es aquella analfabeta a la que le preguntas algo y no recuerda, la muerte es una manera más de olvidar lo que para nosotros tiene sentido; atesoro y temo perder la memoria de algunos versos tristes que terminé rompiendo; la tarde aquella en la que un "sí" me convertía en rey del mundo; alguna noche lejana en el trópico en la que fumaba un habano de marca Romeo y Julieta; aquellos días en los que descubría a Thomas Mann y leía por primera vez La Montaña Mágica; esas horas largas y ociosas en las que, refugiado en alguna biblioteca pública, nadie pudo interrumpir ese encuentro mío con las páginas de Terra Nostra de Carlos Fuentes; ahora lo ven, nuestra memoria es el humo del un habano Romeo y Julieta que desvanece poco a poco la muerte; temí, en fin, perder la memoria de un cuento en particular, temí que dejara de ser mío, temí no volver a saber de él porque nuestras memorias son una forma más de saber de nosotros mismos, de ser nosotros mismos, temí perder El Aleph de Jorge Luis Borges.
2
Todo empieza con una mujer que muere y el olvido natural que nos provoca la entropía del universo, su movimiento constante, ese universo que luego de su muerte "ya se apartaba de ella". Naturalmente que hay una mujer en el cuento de Borges, no podría ser de otro modo; la Commedia de Dante tiene a su Beatrice de Portinari, la comedia dantesca es un pretexto para encontrarse con la amada, para volver a verla; la Comedia Humana balzaciana es un alarde de querer nombrarlo todo, aun a las mujeres que habitan esa ciudad de páginas y páginas; por qué no pensar en un aleph, un objeto mágico que lo contenga todo simultáneamente. Y todo empieza con el deseo de volver a ver a Beatriz Viterbo.
3
Es sabido que a Borges lo inspiraba Estela Canto, se distraía con ella en las calles de Buenos Aires; la pretendía, trataba de conquistarla, coqueteaba con ella; estamos en la década de los cuarentas, el cuentista argentino tiene el mismo trabajo (que algunos llamarían trivial) que le asigna a Carlos Argentino Daneri en el cuento: "ejerce no sé que cargo subalterno en alguna biblioteca ilegible de los arrabales del sur", dice, y Borges, a semejanza de Carlos Argentino, posee un cargo de segundo orden en la Biblioteca Miguel Cané de Buenos Aires y no me extrañaría que estuviera en los arrabales del sur. No creo que Estela Canto vea a Borges como un hombre muy cabal, tal vez lo admire un poco y nada más y aún así, este amor ideal y no correspondido inspira un cuento casi del culto, una historia que inspira las mayores polémicas y las devociones más encendidas. A Estela Canto se le recuerda más por el ser el amor de Borges, las musa de carne y hueso, que por sus novelas y traducciones.
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Beatriz Viterbo muere, es verdad, Borges suspira, tal vez con alivio: "muerta podría consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación". El narrador busca pretextos para visitar la casa que habitó Beatriz con su primo Carlos Argentino, se vuelve un visitante asiduo y objeto de "las graduales confidencias de Carlos". El personaje de Argentino es un molde en el que vierte sus desavenencias con el carácter nacional de sus contemporáneos, su nacionalismo cursi, el hablar pomposo, la ampulosidad y la pedantería; es una crítica feroz al carácter argentino, por eso nos obliga a odiar al primo de Beatriz, pero creo que Borges también lo odia porque vivió con Beatriz, porque ella pudo amarlo; tal vez siente envidia porque sospecha que ella lo amó alguna vez. Luego de la experiencia abrumadora que le provoca el aleph trama su venganza contra Carlos, la razones pueden ser varias, una de ellas, la correspondiencia obscena entre Beatriz y Carlos.
5
Hay una Beatrice en todo cuento. Lo sabe hasta el más humilde vendedor de escabeche, lo sabe hasta el más bajo de los carretoneros y hasta el más pobre se siente un poco menos humilde cuando piensa en la que ama o amó alguna vez y también, hasta el más acaudalado se siente como un miserable aguador cuando recibe un desaire de aquella a la que adora. Pero amar es querer entregar lo que no se tiene a alguien que no existe y probablemente, a alguien que no se debe; como todos, como yo mismo, Borges idealiza a su Beatrice: "esta vez no trataría de justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros, libros cuyas páginas finalmente aprendí a cortar para no comprobar, meses después que estaban intactos". La distinción, cultura y sofisticación que el narrador Borges le asigna a su Beatrice es irreal e infundada por sus sentimientos. Lo sabe fría objetivamente el narrador que expone y expulsa sus demonios, hace que lo sepamos nosotros cuando la describe en las fotografías que estudia en la abarrotada salita: "Beatriz de perfil, en colores, Beatriz con antifaz..." Las fotografías dan un orden cronológico que nos dejan conocerla y no nos gusta lo que vemos: Beatriz es fría, distante, superflua, frívola, distraída, incapaz de empatía con los demás. Cherchez la femme! diría esa frase ideal para cuentos policíacos pero la mujer solo vive en la ilusión de quien la ama. Con el paso del tiempo, Borges terminará por olvidar los rasgos de Beatriz. Destino inevitable para las cosas que alguna vez llegamos a amar, como la memoria que pierdo poco a poco en medio del humo del tabaco.
6
En mis noches de insomnio, que son las más frecuentes, se me eriza la piel solo de pensar en la ciertas reliquias abandonadas en la oscuridad de alguna bodega: algún ejemplar no catalogado de un First Folio de Shakespeare, el arca de la alianza (la verdadera, la apócrifa, la desconocida, que más da), algún sax contralto que fue de Charlie Parker; y disculpen lo caótico de mi enumeración, también pienso en el manuscrito del El Aleph (porque yo también tengo algo de fanático) que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid y que Estela Canto le vendió a Sotheby´s en treinta mil dólares. Me enloquece la idea de que los estudiosos valoren las posibilidades de la escritura borgeana por medio de los interlineados, las tachaduras, las anotaciones al margen, las líneas alternas que forman el cuento, los pasajes posibles. Leer el manuscrito, del que existe una versión facsimilar, supone el encuentro con el momento mismo de la creación; del mismo modo que los Primeros Folios nos dan qué pensar sobre los trabajadores que lo elaboraron, este cuento canónico inspira una sensación de vértigo, la idea de que por un momento podemos asomarnos al torbellino de una imaginación tocada por el genio.
7
Borges se asomó al abismo, a los círculos diversos del paraíso y del infierno a un tiempo, pero, a diferencia de Dante, no se encontró con Beatriz, sino con sus despojos. Hay algo de traidor en un universo que se burla de nuestros afanes de ser siempre fieles a nosotros mismos. Piensa que al bajar los escalones de la casa de la calle Garay y ver "una esfera tornasolada de casi insoportable fulgor" comienza su desesperación de escritor porque ese objeto conjetural es inaprensible, inefable, escurridizo; imposible describirlo. Borges lo intenta en una serie de enumeraciones que forman uno de los momentos más dramáticos y conmovedores de la literatura. El lenguaje es lineal, sucesivo; lo que propone que se ve en esa esfera es simultáneo. Ve millones de actos "deleitables o atroces". Todos en un mismo punto.
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Al ver todas las cosas, Borges se cura del intento vano de idealizar a Beatriz, se desvanece su modelo platónico e ideal de la mujer que ama:
9
Llega un momento en que el escritor ya no puede despojarse del mito del escritor, del personaje que él mismo ha creado. Estoy acostumbrado a ver al verdadero Jorge Luis Borges dentro de sus cuentos. Mi ensoñación de lector puede más que mi objetividad: si pasa en los cuentos de Borges, es que Borges estuvo ahí y lo vio; pero también, creo que cuando Borges "entra" al cuento El Aleph no lo hace para engañar a nadie sino para revelar de sí mismo, de su obsesión por ciertos objetos míticos, de su amor no correspondido por Estela Canto; después de todo, ficcionar no es engañar.
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Concebida como una metáfora sobre el insomnio algunas veces, otras, como el reflejo de una obsesión por la memoria, El Aleph se encuentra con sus lectores que también buscan a su Beatrice en su sueños, que la hojean en las páginas de algún cuento. Todos nos dirigimos a algún lugar donde, primero, ésta dejará de existir porque la olvidaremos algún día, porque "nuestra memoria es porosa para el olvido" y algún día yo también dejaré de conocer de memoria este cuento (ya lo empiezo a olvidar gradualmente), desvanecido como el humo de aquel habano Romeo y Julieta.
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Al ver todas las cosas, Borges se cura del intento vano de idealizar a Beatriz, se desvanece su modelo platónico e ideal de la mujer que ama:
"Vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino."
"Vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido en vida Beatriz Viterbo"De ser el ideal de la mujer amada a la visión del cadáver en descomposición. Sin odio no hay amor. Borges quiere olvidarse de su Beatrice. Tal vez la mayoría esté de acuerdo conmigo en que sin deseo no hay decepción. Borges es ese gran escritor sudamericano que sólo pudo ser ese gran escritor porque no podía ser el rey de la diversión nocturna, el dandy, el Don Juan de las letras argentinas, porque quería tener a Estela Canto y ésta, pragmáticamente, lo despreciaba; o bien, porque quería ser como Bioy Casares y no podía.
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Llega un momento en que el escritor ya no puede despojarse del mito del escritor, del personaje que él mismo ha creado. Estoy acostumbrado a ver al verdadero Jorge Luis Borges dentro de sus cuentos. Mi ensoñación de lector puede más que mi objetividad: si pasa en los cuentos de Borges, es que Borges estuvo ahí y lo vio; pero también, creo que cuando Borges "entra" al cuento El Aleph no lo hace para engañar a nadie sino para revelar de sí mismo, de su obsesión por ciertos objetos míticos, de su amor no correspondido por Estela Canto; después de todo, ficcionar no es engañar.
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Concebida como una metáfora sobre el insomnio algunas veces, otras, como el reflejo de una obsesión por la memoria, El Aleph se encuentra con sus lectores que también buscan a su Beatrice en su sueños, que la hojean en las páginas de algún cuento. Todos nos dirigimos a algún lugar donde, primero, ésta dejará de existir porque la olvidaremos algún día, porque "nuestra memoria es porosa para el olvido" y algún día yo también dejaré de conocer de memoria este cuento (ya lo empiezo a olvidar gradualmente), desvanecido como el humo de aquel habano Romeo y Julieta.
Etiquetas: Jorge Luis Borges
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